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Orígenes

Estimados lectores con placer y profundo aprecio a la literatura los invito a descubrir mi blog Café y escrituras con humo, un espacio donde la literatura respira con una libertad genuina, y donde cada cuento, relato o poema está tejido con esmero, ofreciendo mundos y personajes que buscan resonar en el alma. Es un rincón de lucidez y libertad de expresión, donde no existe censura ni rechazo, (ni de editoriales ni de fanzines) sino un llamado sincero a explorar juntos las profundidades de la imaginación y del pensamiento. Los textos son gratuitos y siempre bienvenidos a nuevos ojos, con la esperanza de que encuentren en ellos una chispa de inspiración o reflexión. ¡Los invito a tomar una pausa, servirse una buena taza de café, y sumergirse en la esencia de cada relato! , poema o artículos de mi autoría o de los escritores invitados. A continuación, dejo el índice del contenido:
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lunes, 7 de octubre de 2024

Articulo de Enrico Mario Santi.

José Lezama Lima: la fascinación de un poeta hermético

Siempre me ha sorprendido la fascinación que la obra de José Lezama Lima ejerce sobre sus lectores, incluyendo la fascinación sobre mí mismo. Nunca se ha hecho, que yo sepa, la historia de esa recepción, pero cuando se haga se verá cómo ocurrió precisamente bajo ese signo. 

La fascinación comienza, en primera instancia, con los crípticos poemas que Lezama fue escribiendo entre las décadas de los 30 y los 50 y publicando sucesivamente en sus revistas habaneras. Me atrevo a observar que la fascinación no era únicamente por el hermetismo, la inmensa dificultad, de esos poemas, sino por el espíritu de cenáculo, de élite minoritaria y exclusiva que cundía en sus grupos: un puñado de poetas y artistas, algunos homosexuales, que perdían el tiempo hablando en cafés, o en sus casas, y sacando a la luz pequeñas revistas que muy pocos leían. Una retaguardia que quiso ser vanguardia en medio de un ambiente indiferente y a veces hostil. Esa anomalía encarnaba en el propio “etrusco de La Habana Vieja”, un obeso poeta asmático que trabajaba en una cárcel y vivía con su madre en un barrio habanero de dudosa reputación. Así, antes de ser leído o estudiado, Lezama ya era objeto de mitología entre cubanos y de admiración entre poetas y escritores de la talla de Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, Julio Cortázar y Octavio Paz. Con la publicación de Paradiso en 1966, la fascinación local y profesional se volvió global y popular. Si las revistas eran tiempo perdido, los poemas ilegibles y los ensayos impenetrables, en cambio su novela, no por estar en prosa menos misteriosa, al menos contaba una historia —a ratos extraña, a veces risqué— en un lenguaje inédito sobre la formación de un poeta, que evidentemente era el propio Lezama. A la fascinación de que un poeta hermético publicase una novela poco más accesible que en parte discutía la homosexualidad masculina en medio de una revolución comunista, y que por entonces perseguía a los homosexuales en los inicios de lo que se llamó el Boom de la novela latinoamericana, se unía el tabú de la censura del régimen, y que, según cuentan, fue levantada sólo después que el propio Fidel Castro aprobó su publicación. Poesía, Novela, Revolución, Barroquismo, Homosexualidad, todo eso que comportaba una mitología digna de los sixties, y que mi llorado amigo Severo Sarduy, desde el París de Jacques Lacan fue el primero en exaltar, hizo crisis a finales de la misma década cuando Lezama, junto con muchos otros escritores y artistas compatriotas, cayó en desgracia. La culpa se la echaron después a otro poeta, Heberto Padilla, que mencionó a Lezama Lima en su famosa auto-crítica, para que el affaire que después llevó su nombre pareciera una excesiva verdulera. Pero la verdadera razón tuvo que ver con un viraje en la política cultural del régimen, entonces bajo la presión del fracaso monumental de la llamada zafra de los 10 millones de 1970, que se tuvo que plegar al neo-estalinismo de su patrono soviético. El prestigio del éxito pronto decayó en el tabú del escritor prohibido, relegado a un exilio interior. Antes hermética, luego marginal dentro de una revolución prometedora, la fascinación por Lezama terminó en el limbo del escritor y su obra. Cuentan que en su lecho de muerte, en agosto de 1976, cuando le preguntaron cómo se sentía, Lezama contestó: “Y yo que pensaba que descendía a la mansión de Hades, ahora me encuentro bailando una rumba en Guanabacoa”.

Treinta y cuatro años más tarde, a cien años de su nacimiento, somos testigos del regreso de Lezama Lima. Mi propia fascinación data de mis años como estudiante de posgrado en la Universidad de Yale, donde cursé asignaturas bajo la tutela de Emir Rodríguez Monegal, vocero crítico y académico del llamado Boom, quien en Mundo Nuevo, la revista que publicaba en París, fue uno de los primeros en dar a conocer y a explicar Paradiso. Fue en las clases de Emir que primero leí a Lezama. Digo leí y no comprendí porque, en efecto, no creo que haya entendido nada. (Hoy entiendo un poco, pero, como seguro ocurre con muchos de ustedes, con frecuencia la relectura me hace dudar de cualquier conclusión). Desde entonces he escrito varias veces sobre su obra, una de ellas un ensayo, “Parridiso,” que fue motivo de escándalo entre algunos lezamistas porque propuso que una poética del error, lo que entonces llamé una “errótica”, formaba parte intrínseca de su concepto de escritura. (Hoy, por suerte, las ideas que planteé han sido bastante aceptadas). Como ya he contado la historia de cómo escribí ese ensayo, hoy no lo voy a repetir. Sí diré, en cambio, que cuando años después traté de continuar la misma indagación en una lectura de Oppiano Licario, secuela póstuma, e inconclusa, de Paradiso, no pude. Mejor dicho: otro tema afín o análogo se atravesó en mi lectura. El texto, claro está, no era el mismo; mis circunstancias tampoco lo eran. Oppiano Licario, que Lezama Lima escribe durante su exilio interior en sus últimos seis años, es una meditación y una puesta en escena de la muerte, muerte en vida que su autor anticipaba a diario, y que su novela, bajo el riesgo de quedarse inconclusa, incorpora en su tema y estructura. Oppiano Licario, texto fragmentado, también ofrece una meditación sobre el fragmento. Lo cual significa que no solo medita sobre la muerte; también ofrece una manera de trascenderla.

Mis condiciones como lector entonces ya no eran las de un estudiante de posgrado guiado por la mano de un buen mentor. Recuerdo que estudié Oppiano Licario en circunstancias personales y profesionales muy patéticas que me hicieron pensar mucho en el sufrimiento por el que debía haber pasado su autor durante su composición. Así, escribir sobre el fragmento, el accidente, la interrupción, sobre las ruinas, sobre la historia de un libro cuyo único ejemplar desaparece en medio de un ras de mar pero después se recupera, o resucita, en otra copia perdida, todos ellos algunos de los temas de que trata Oppiano Licario, constituía, a mi modo de ver, una compleja alegoría de las circunstancias de vida de un obeso poeta asmático en el limbo de un exilio interior desamparado en una lejana isla del Caribe. Pero también era el comentario sobre las circunstancias patéticas de un joven profesor, exilado y perdido en una universidad norteamericana, que en ese momento atravesaba una terrible crisis de conciencia e identidad.

No, nunca pude reproducir la experiencia crítica, y para algunos escandalosa, de “Parridiso”, o volver a identificar la idéntica alegoría de la escritura. En cambio, con los años he podido reconocer que mi lectura en dos tiempos estuvo cifrada por un común denominador: me refiero a lo que Maurice Blanchot llegó a llamar “la escritura del Desastre”, la tensión entre la facticidad histórica de la obra de Lezama Lima (cuyo equivalente en Blanchot ha sido el hecho mismo del Holocausto judío) y la manera en que esa obra se sitúa en una radical imposibilidad, ya sea a través del error, de su fragmentación, o de su ilegibilidad, el carácter difícil y hermético que testimonian varias generaciones de lectores y críticos y que el propio Lezama Lima llegó a comentar en repetidas ocasiones.

No exagero al decir que para mí leer a Lezama Lima ha sido, y todavía es, un evento apocalíptico. Enteramente posible es que mi lectura revele mi propio temperamento romántico. Lo cual no me parece del todo mal, pues el propio Lezama solía decir que “el romanticismo no es tan solo una escuela literaria”, sino “una manifestación del espíritu humano”.

A lo largo de los años los congresos de Puebla* se han caracterizado por ser uno de los pocos que tratan la poesía y poética como tema especial. Y por eso es tan grato que este año se lo hayan dedicado a la celebración de Lezama Lima. Cuando hablamos de Poética, solemos entender el término  y concepto como cualquier exposición o colección de reglas, convenciones o preceptos acerca de la composición de poemas líricos o dramáticos, o en general la construcción de versos. Pero queda claro que la Poética comprende también el pensamiento, las reflexiones, de los poetas acerca de la poesía, y no solo la suya propia sino en general. Ocurre sobre todo, y como se sabe, en todos esos poemas titulados “arte poética”, y en el caso de la poesía moderna, en muchos poemas que no llevan semejante título pero cuyo argumento es precisamente la significación de la poesía como fenómeno lingüístico, cultural, histórico y, como ciertamente ocurre en muchas de las reflexiones de Lezama Lima, tanto en prosa como en verso, como fenómeno metafísico. Paul Valéry, que para Lezama fue modelo de poeta y pensador, y que como se sabe inauguró la cátedra de Poética en el College de France, llegó a extender el concepto de poética a su sentido original de poiesis, es decir, literalmente, en el sentido de todo lo que se hace. O como dijera el propio Valéry, “todo lo que culmina en esa clase de obras… que la mente decide hacer para su propio uso y utilizando todos los medios físicos que están a su alcance”.

Se pensaría que invoco a Valery como modelo de poeta sistemático, racional y lógico, esa imagen del poeta que, al contrastarla con la de Whitman, Borges perpetuó diciendo que “en un siglo que adora los caóticos ídolos de la sangre Valéry prefirió siempre los lúcidos placeres del pensamiento y las secretas aventuras del orden”. Siempre he pensado, sin embargo, que esta imagen canónica de Valéry se aferra demasiado a un estereotipo, tal vez de toda la poesía francesa, que no da cuenta de la complejidad de por lo menos este concepto de poética. De hecho, en la célebre lección inaugural del curso de poética (1937), texto que Lezama debe haber estudiado, Valéry observa cómo “ciertos elementos de la obra, que le vienen al autor por algún feliz accidente, le serán atribuidas a un singular poder de la mente, del espíritu”. Pero también observa en seguida que “la mutua independencia del productor (el poeta) y el consumidor (el lector), su ignorancia del pensamiento y necesidades del pensamiento del otro, resulta prácticamente esencial.” Notarán ustedes, por tanto, que Valéry habla no solo del origen de la obra como accidente —siguiendo a Aristóteles, el accidente es lo opuesto de la esencia— sino de la relación necesariamente incomensurable entre poeta y lector, lo cual incluye desde luego el poeta como primer lector de su propia obra. Para resumirlo pronto y tal vez mal: Un poeta, un autor, nunca está en control total de su propia obra, en control total del sentido de su texto, o incluso de su propio pensamiento. Como empezamos a saber a partir del advenimiento del psicoanálisis, o de la lingüística estructural, ningún hablante está consciente de todas las reglas de su lenguaje, al igual que nadie que sueña sabe cuál es el sentido o dirección de su sueño. Borges tuvo razón cuando observó que Valéry luchaba por imponer orden en la poética —lo opuesto, en este sentido de lo que luego hará el surrealismo— aunque nunca llegó a mencionar que, según el propio Valéry, en esa misma introducción al curso de poética, y a quien cito, “la inminente dispersión es casi tan importante como la concentración que permite la producción de la obra…. La inestabilidad, la incoherencia, la inconsistencia… que son obstáculos y límites para el proyecto que tiene la mente para construir o componer un todo consistente, resultan, al mismo tiempo, tesoros de posibilidad, que la mente intuye tan pronto como comienza a mirar dentro de sí”. Valéry fue el primero en reconocer que toda poética, por muy racional que intente ser, o parezca, está sujeta a inevitables, y, por suerte, provechosas, corrientes de inestabilidad e incoherencia.

Si me he desviado un poco de Lezama para insistir en los pormenores del concepto de poética en Valéry es porque este nos provee un atajo a la idea que quiero plantear sobre su colega cubano y, de paso, empezar a atar algunos cabos. Comienzo por una observación, que a lo mejor ustedes consideran impertinente y banal. La primera palabra del canon poético de Lezama es la palabra “muerte”: Muerte de Narciso. Desde luego, como ya se sabe, Lezama escribió muchos poemas antes de Muerte de Narciso (1937) entre 1930 y 1932. Se trata, sin embargo, del título y palabra que el autor reconoce como primera instancia de su canon. A primera vista no hay nada de particular en el gesto de destacar el tema de la muerte en la poesía moderna, o en la de Lezama en particular. Pero si tomamos esta palabra inicial como punto de partida de una reflexión más general sobre el vínculo conceptual entre muerte y poesía, vínculo que con los años Lezama pasará a desarrollar como fundamento de su poética y de los muchos otros vínculos que, según él, existen con lo que él mismo llamaba “el sistema poético del mundo”, todo eso nos da un importante asidero para empezar a entender su peculiar concepto de la poética que, me parece, constituye una enseñanza y un reto para nuestro actual siglo 21.

II

Creo que parte de la dificultad que experimentamos los que ejercemos nuestra fascinación con la obra de Lezama ha sido contentarnos con reducir a un esquema exclusivamente teológico o doctrinal los términos y conceptos poéticos y retóricos que el propio Lezama movilizó constantemente en su obra, y sobre todo en esa parte de la obra donde aparecen sus reflexiones sobre su poética, por ejemplo, en los ensayos, de Analecta del reloj hasta La cantidad hechizada, y algunos pasajes de Paradiso. No sostengo, desde luego, que esas reflexiones no tienen que ver con la teología, sobre todo la cristiana —el propio Lezama se ocupó de proveer esas claves con creces—; sí digo, en cambio, que, después de algunos años de reflexión sobre el tema, he llegado a pensar que a nosotros, lo que he llamado fascinados lectores, nos ha faltado dar el siguiente paso hermenéutico: construir un modelo de comprensión que adapte, traduzca y expanda las referencias teológicas hacia un discurso crítico menos satisfecho con conceptos recibidos y que en cambio provea, sin renunciar a esos vínculos conceptuales, mayor esclarecimiento de tipo metodológico.[1]

Si comenzamos, por tanto, considerando el vínculo entre muerte y poesía —que, repito, una lectura doctrinal de las ideas de Lezama reduce a era alusión filosófica o histórica— pienso que encontraremos, en cambio, una serie de pistas que nos ayudan a penetrar el meollo de la poética. El breve resto de mi trabajo lo dedicaré a considerar algunas de estas pistas, a aclarar cómo ellas constituyen esa poética y nos orientan hacia el modelo metodológico que creo nos hace falta. Cierro después con una reflexión sobre cómo esa poética significa una aportación al naciente siglo 21.

“Heidegger sostiene”, dice Lezama, en un momento de la entrevista de la revista Primera Plana que se reproduce en la legendaria Recopilación de textos que en 1968 publicó Casa de las Américas, “que el hombre es un ser para la muerte; todo poeta, sin embargo, crea la resurrección, entona ante la muerte un hurra victorioso”. Lo que he llamado la “lectura satisfecha” de un pasaje como este se contentaría con oponer el optimismo cristiano de la referencia a la resurrección al llamado pesimismo existencialista de El ser y el tiempo de Heidegger. Y digo llamado, por cierto, porque un estricto heideggeriano tampoco estaría de acuerdo con reducir la fenomenología de Heidegger a un vulgar pesimismo existencial… En todo caso, una cómoda conclusión sería que Lezama, después de todo, no es sino un escritor católico que nunca pierde la fe en que todo saldrá bien, incluso después de la muerte; que la fe resuelve a través de una trascendencia. Solo que el problema con esa cómoda solución es que, aparte de proveer un esquema filosófico, deja sin contestar lo que debería ser la pregunta fundamental: a saber, ¿cómo y en qué sentido la obra de Lezama, los textos de su poesía y poética, movilizan lo que él mismo llama “resurrección”?

Para empezar a responderla, empezaríamos por observar que no se trata tanto del sentido literal, estricto, teológico, doctrinal o histórico del concepto de resurrección, cuanto de la metáfora de un procedimiento que, según Lezama, opera constantemente en la producción (uso el adjetivo adrede) de todo poema. Demos, para desarrollar este concepto, un pequeño paso atrás a dos enigmáticos pasajes de Analecta del reloj, libro de 1953 que recoge mayormente los ensayos de los años 40. El primero dice así:

El tamaño de un poema, hasta donde está lleno de poiesis, hasta donde su extensión es un dominio propio, es una resistencia tan compleja como la discontinuidad inicial de la muerte.

El segundo:

A la impenetrabilidad del mundo exterior, la poesía aporta una solución: su sustitución por la evocación, capacidad devolutiva del sujeto después de que se ha perdido el imposible diálogo con la Naturaleza, después de que rebanamos la mirada o que le tememos al lenguaje táctil.

El primer pasaje plantea ya, y de manera muy explícita, el vínculo conceptual entre muerte y poesía del que veníamos hablando. La esencia de la poética, en el sentido del poder o fuerza original que encontremos en un poema dado, crea, presumiblemente tanto en poeta como en lector, un efecto tan complejo como el efecto que nos produce la muerte. Si la muerte crea una discontinuidad —de hecho, se trata de La discontinuidad por excelencia— el efecto del poema es, según esta observación, análogo: el poder, fuerza o resistencia del poema radica en el efecto discontinuo que emite su producción. Es decir, no entender, o no entender de inmediato, el lenguaje del poema comporta una discontinuidad equivalente a la muerte. El poema, según Lezama, es mortífero, no porque abogue por la muerte, aunque desde luego existen muchos interesantes poemas que hacen precisamente eso —desde los poetas órficos hasta Alejandra Pizarnik— sino porque el corte que el lenguaje poético realiza en relación con la realidad o la Naturaleza, su extracción fuera del tiempo, ese corte es análogo al corte de la muerte para el ser humano. Según Lezama, el lenguaje abstrae tanto al poeta y al lector que esa abstracción solo es comparable a esa abstracción radical que llamamos Muerte.

El segundo pasaje, del mismo libro, amplía, o mejor dicho, prosigue el hilo de esta idea. Aludiendo en parte a uno de los más famosos pensamientos de Pascal, señala lo siguiente: como el ser humano, después de la pérdida del Paraíso, vive alienado de la Naturaleza —es decir, como el ser humano vive inmerso en la discontinuidad y el mundo exterior es impenetrable, desconocido, porque ya no forma parte de él— la poesía aporta una solución parcial a esa discontinuidad a través de la memoria. Todo poema sustituye lo que fue: todo poema evoca o recuerda, en contra de la rebanación de la mirada o del temor al lenguaje táctil (es decir, el lenguaje hiper-consciente de la poesía). Como la experiencia ya ocurrió, está ausente, muerta. Pero al recordar la misma experiencia, el poema vuelve esa experiencia presente: lo resucita.  Por tanto, volver presente la experiencia, “derrota” a la muerte. No derrota a la muerte literalmente, desde luego, pero sí lo derrota imaginariamente, como imagen. La poesía, según Lezama, es una resurrección imaginaria.

En el primer pasaje, el lenguaje poético hace un corte análogo al de la muerte: mata. En el segundo, el lenguaje poético derrota a la muerte, realiza la resurrección imaginaria, a través de la memoria: revive. A lo mejor les parece a ustedes que juego, o que intento parodiar, a Lezama; pero permítanme insistir en esta lógica, que de tan sencilla parece absurda: no puede haber resurrección si antes no ha habido una muerte. Para que haya resurrección antes tenemos que morir. Merecer la resurrección, supone padecer la muerte. El poema nos mata, pero también nos revive. Poesía y muerte son por tanto consubstanciales. Tal, por último, es la conclusión que aparece en el cuarto pasaje, también de Analecta del reloj:

Entonces es difícil, pero ávidamente existente, la relación entre el tamaño de un poema y la forma como caemos en la muerte. Si la poesía se nutre de la discontinuidad, no hay duda que la más lograda y gravitante discontinuidad es la muerte.

Quisiera remachar la importancia de esta reflexión que hace Lezama sobre la poética. En Valéry, como vimos, la poética, que abarca todas las obras de la mente o del espíritu, está sujeta a una inevitable incoherencia o inestabilidad. Lezama radicaliza esa idea cuando asocia la inestabilidad de la poética a la discontinuidad de la muerte. Importa entender que el interés de Lezama en la poética es de raíz primordialmente ontológica y metafísica, y no histórica. Para Lezama la poética no es reducible, por ejemplo, a un tratado de versificación, ni tampoco a una crónica de la historia de la poesía. Ese interés metafísico, diría yo, es lo que aparta a Lezama de ilustres contemporáneos suyos, como Borges u Octavio Paz, o incluso alguien tan allegado a él como Cintio Vitier, cuyos intereses, por muy fascinados que hayan estado con cualquier problemática metafísica (pensemos en el tema del laberinto en Borges, del erotismo en Paz, o de la pobreza en Vitier) no escapan, en última instancia, de un horizonte histórico. Tampoco estamos ante un concepto de la poética como la vanguardista de Vicente Huidobro, a pesar de que los planteamientos de Lezama a veces suenan como el del “poeta es un pequeño Dios”. El creacionismo de Huidobro, por lo menos en el de su primera etapa, permanece por lo general en la superficie de los objetos del mundo. Su conexión con la muerte es accidental, no consubstancial.

Podemos o no estar de acuerdo con Lezama sobre su idea de la poética, su meollo. Pero es la suya, y se trata de un interés, insisto yo, que tampoco resulta reducible a una cuestión teológico-doctrinal, y mucho menos ideológica. Según Lezama, el meollo de la poética, es decir el meollo de la experiencia de la poesía, radica en una sencilla operación por la cual sustituimos lo que ya no tenemos. Algo tan sencillo como recordar lo pasado, sustituir lo ausente, hacer presente lo perdido, llorar a un muerto, todo eso es, ni más ni menos, para Lezama, el meollo de la poética. Una foto del joven que fuimos, por ejemplo, realiza la poética; la anécdota que recrea momentos de una vida es también poética; recordar la melodía que nos cantaba un amante constituye la poética… Todas estas instancias de sustitución imaginaria, es decir, de producción de la imagen con el propósito de hacer presente lo ausente, y en ese proceso, experimentar la muerte y derrotarla, al menos a través de la imagen, todo eso es la poética. Sin embargo, y vuelvo a insistir, en la poética de Lezama la muerte no cumple un papel meramente funcional por el cual la discontinuidad se desecha en aras de una trascendencia. Todo lo contrario: la potencia poética depende de esa discontinuidad; vale decir, de la resistencia semántica (oscuridad, hermetismo, misterio, ilegibilidad) que el lenguaje poético propone e incorpora, y sin cuyo proceso no hay resurrección. En ese sentido Lezama tampoco es, por ejemplo, Hegel, donde la trascendencia, la quema de etapas por así decirlo, en la búsqueda del Espíritu, depende de la dialéctica. Por eso, la poética de Lezama, y su persistente reconocimiento de la funcionalidad de la muerte, lo acercaría más, paradójicamente, al materialismo de Carlos Marx, de no ser porque el propio Marx nunca llegó a reconocer que el materialismo histórico preservaba el lastre de la trascendencia hegeliana.[2] Desde luego que hablo del meollo de la poética, no del poema, que ya no es el meollo sino otra cosa. El poema, como vimos, está hecho de un lenguaje que recrea la discontinuidad, la muerte. Pero la operación que está en el fondo de los efectos de ese lenguaje, según Lezama, no es otro que la sustitución de lo ausente por la imagen.

 

III

Especulo que desglosar los móviles de la operación poética según Lezama devela una serie de jerarquías de la cual depende su metafísica, su historia, y tal vez hasta su política. Un catálogo de esas jerarquías y sus relativos contrastes daría lo suficiente para comprender que en el mundo de Lezama, o por lo menos en su poética, lo que cuenta no es tanto el presente como la representación; no tanto la experiencia como el recuerdo; no tanto la realidad como la mímesis; no tanto la estancia como el regreso; no tanto la vista como la imagen; no tanto nacer como renacer; no tanto conocer como reflexionar; no tanto la naturaleza como lo que él llama la sobrenaturaleza; no tanto la Historia como eras imaginarias. Todas estas categorías metafísicas tienen como común denominador la indispensable mediación por la ruptura o pérdida que supone la discontinuidad, la muerte. En la poética de Lezama la mediación se celebra, y en cambio se desprecia cualquier intento de inmediación espontánea, espontaneidad que Lezama siempre consideró ingenua, a veces oportunista, improductiva y tal vez hasta peligrosa. Por eso considero mucho más preciso decir que si bien es cierto que la poética de Lezama se opone a la fenomenología de Heidegger, en cambio propone no una conciencia del Ser sino lo que me gustaría llamar un reconocimiento del re-Ser.

Quiero recordar en mi conclusión aquel amago de profecía con que André Malraux describía los tiempos venideros: “El siglo 21”, decía Malraux, “será religioso o no será”. Desconozco si Lezama llegó a glosar este pensamiento que resume la desesperanza que caracterizó al meridiano del siglo 20, atravesado como estuvo por la Guerra Fría, la explotación de las ideologías de derecha e izquierda, y los masivos desplazamientos de personas, incluyendo los diversos holocaustos y genocidios. No puedo concebir que ni uno solo de los presentes sea insensible a todos los desastres que motivaron la profecía de Malraux. Nuestra época, sin embargo, en pleno siglo 21, no es ya la de Malraux, porque ha visto el derrumbe del muro de Berlín, los persistentes genocidios en distintas partes del globo, y la masacre del 9-11. Pienso por eso que Malraux se equivocó; no porque no me preocupen los desastres que todos padecemos, sino porque después de esta última masacre y sus distintas secuelas tampoco podemos hablar, me parece, de la absoluta necesidad de un siglo religioso. Creo que es Lezama, y no Malraux, el que tenía razón: necesitamos un siglo poético, un siglo al lezámico modo que se compenetre con la muerte y busque la resurrección. Creo también que ya vemos por lo menos una prueba fehaciente de la razón de Lezama. Después de casi tres meses sepultados bajo 300 metros de tierra, 33 mineros acaban de regresar a la luz. ¿No es este conmovedor evento, de resonancia órfica y repercusión global, una instancia de la poética de Lezama que acabamos de estudiar? ¿No es este mismo congreso en Puebla, que junto con tantos otros alrededor del mundo marca el regreso de Lezama Lima, luego de treinta y cuatro años de encierro, seis de los cuales padeció en vida, otra evidencia del mismo fenómeno?

Quiero pensar que apenas hemos llegado al umbral de lo que mi amigo, el llorado Severo Sarduy, en los inicios de la repercusión mundial de la obra de Lezama, llamó, y con justicia, “la era Lezama”.

 

*Lezama Lima: poetica para el siglo 21. Conferencia Plenaria de Clausura en el Xo Congreso Internacional 2010 Poesía y Poética, Puebla, México, 16 de octubre, 2010. Agradezco la invitación a mi amiga, la Dra. Alicia Ramírez y los comentarios de mi amigo y compatriota, el poeta y ensayista Enrique Saínz.

viernes, 4 de octubre de 2024

Una conversación con A.C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada

 


El sacrificio en la cruz, la posición de Jesús y su segunda venida a la Tierra, la importancia de la obediencia a sus enseñanzas, la diferencia entre un cristiano y un devoto de Krishna, y predicciones en las escrituras védicas conectadas con Jesús.

Tamala Krishna, en aquel entonces secretario personal de Prabhupada, presenta las preguntas de un devoto que se unió recientemente al Movimiento Hare Krishna.

Tamala Krishna: Entonces, su respuesta para la pregunta “¿Considera que el mensaje de Jesucristo es universal?”, es sí.

Prabhupada: Sí.

Tamala Krishna: Y él dice que vivió en nuestros templos, pero que no está satisfecho con la fe cristiana, y ahora está sintiendo una gran satisfacción viviendo en nuestros templos.

Prabhupada: Ante todo, sé un buen cristiano, sigue todos los diez mandamientos. “No juzguéis, para que no seáis juzgados”.

Tamala Krishna: Su segunda pregunta es: “Considerando que la Biblia describe a Jesús como el salvador del pueblo de Dios, no sólo en Israel, sino de todos los pecados del hombre, ¿decir que sólo es un avatara no minimiza su verdadera posición y contradice las enseñanzas de la Biblia?”.

Prabhupada: Nosotros lo aceptamos como avatara, shaktyavesha-avatara, encarnación de Dios dotada de poder. Eso es lo que aceptamos.

Tamala Krishna: Sí. Él dice: “Así como cualquier otra escritura revelada, las enseñanzas de la Biblia son absolutas, ¿pero se deben entender literal o simbólicamente? ¿Se aplican a todos los hombres?”.

Prabhupada: Literalmente, no simbólicamente.

Tamala Krishna: Él dice: “¿Cuál es el verdadero significado del sacrificio en la cruz, de que Jesús muera en la cruz?”.

Prabhupada: No tiene ningún significado. Las personas eran tan necias que lo quisieron matar. Porque él estaba hablando de Dios. Así podemos comprender la contaminación de la sociedad de aquella época, lo inteligentes que eran. Él tuvo que tratar con necios formidables porque estaba hablando sobre Dios, y el resultado fue que lo quisieron matar. Él predicó: “No matarás”, y ellos lo mataron primero. Esa era su inteligencia.

Tamala Krishna: Él pregunta: “¿Jesús murió en la cruz para redimir todos los pecados del mundo?”.

Prabhupada: Este es otro pensamiento pecaminoso: Jesús firmó un contrato para liberarlos de sus actividades pecaminosas. Este es un gran pretexto para que los pecadores continúen actuando de forma pecaminosa, y Cristo firmará un contrato que lo neutralizará. Esta es la convicción más pecaminosa. En vez de detener las actividades pecaminosas, firmamos un contrato con Jesucristo para neutralizarlas.

Tamala Krishna: Entonces, en realidad esas personas no se librarán de sus pecados hasta que detengan sus actividades pecaminosas.

Prabhupada: Si no fuera así, ¿de qué serviría su prédica? Ellos continuarán con las actividades pecaminosas, y Jesucristo firmará un contrato para salvarlos. ¡Es una idea absurda! “Nuestra religión es muy buena”. ¿Cómo es? “No podemos detener nuestras actividades pecaminosas, y Cristo firmó un contrato. Él nos salvará”.

Namno balad papa-buddhih. Esa es una de las ofensas al santo nombre. “Estoy cantando Hare Krishna, entonces ninguna acción se considera pecaminosa”. “Continuaré con mis actividades pecaminosas y me volveré cristiano” es lo mismo que “Me volveré vaishnava, me convertiré por el simple hecho de recitar el santo nombre”.

Tamala Krishna: Él proporciona muchas citas bíblicas. Sólo leeré dos…

Prabhupada: ¿Cuál es el punto de proporcionar citas de la Biblia? Estamos hablando de cosas prácticas.

Tamala Krishna: Sí. El único punto que iba a plantear era que es evidente que ellos están interpretando la Biblia de forma equivocada. Una de las citas, por ejemplo, dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. (Juan 3:16) Pero has señalado que creer significa seguir sus enseñanzas. Esto es lo que no entienden. Ellos dicen: “Creemos en Jesús”, pero no siguen sus enseñanzas.

Prabhupada: Entonces, ¿dónde está la creencia? ¿Dónde está la cuestión de creencia? A no ser que sigan sus enseñanzas, no se puede hablar de creencia. Se trata de un principio falso.

Tamala Krishna: Sí. Su siguiente pregunta es: “La esencia del cristianismo es creer que Cristo es nuestro salvador y redentor, pero la prueba final de la fe en Cristo se encuentra en la creencia personal de que él volverá del cielo a la Tierra para establecer sus glorias y su reino de justicia eterna. ¿Este segundo advenimiento se debe aceptar como algo simbólico, o realmente volverá?”.

Prabhupada: No lo sé. ¿Qué dice él?

Tamala Krishna: Bien, él cita: “La señal del Hijo del hombre aparecerá en el cielo, y se angustiarán todas las razas de la tierra. Verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria”. (Mateo 24:30) Hay muchísimas declaraciones en la Biblia que aluden al regreso de Cristo.

Prabhupada: ¿Y qué hay de malo si vuelve?

Tamala Krishna: Prácticamente, la base de la fe cristiana es esperar el día en que Cristo venga.

Prabhupada: Por el momento, sigan lo que dijo. De lo contrario, ¿de qué sirve esperarlo?

Tamala Krishna: Sí, si no sigues lo que dijo, entonces, aunque venga, no te llevará con él. Él dice que si eso ocurre, si Cristo vuelve, ¿cuál será la posición de Sri Chaitanya Mahaprabhu y Su movimiento de conciencia de Krishna? Una pregunta torpe.

Prabhupada: Lo sabrá cuando venga.

Tamala Krishna: (risas) Lo sabremos cuando venga. Cierto. Mientras tanto, el movimiento de Krishna está aquí. Próxima pregunta: “¿Qué es el fin del mundo?”.

Prabhupada: El mundo sufrirá la devastación, como ocurre con todo lo que es material. Tu cuerpo existe y se está manteniendo, y llegará a su fin. Similarmente, el cuerpo del mundo entero también llegará a su fin. No hay otra manera. Se crea, se mantiene y llega a su fin. En sánscrito se llama nasa.

Tamala Krishna: Él dice: “En su introducción al Bhagavad-gita, usted se refiere al hinduismo, al budismo, al cristianismo y a otras creencias religiosas como designaciones sectarias, ¿pero la conciencia de Krishna no es otro tipo de designación, con el fin de no llamarla ‘krishnaísmo’, otro ‘ismo’?”.

Prabhupada: No. Esto lo entenderá más adelante.

Tamala Krishna: “¿Cuál es la diferencia entre un cristiano puro –o al menos, uno sincero– y un devoto sincero de Krishna?”.

Prabhupada: No hay ninguna diferencia.

Tamala Krishna: Él dice que ha leído un pasaje del Bhavisya Maha-Purana, escrito por Vyasadeva tres mil años antes de Cristo, en el que se predecía la presencia de Jesucristo en los Himalayas, en el año 78 de la era cristiana, y su encuentro con un rey. ¿Existen otras profecías en el Bhavisya Maha-Purana o en otras escrituras que afirmen de forma más exacta el día del nacimiento de Jesucristo?

Prabhupada: Todo lo que dice es cierto.

Tamala Krishna: Después de dar las gracias, hace una última pregunta, que considero importante. Él dice: “Siguiendo prácticamente a Jesucristo, ¿es posible que un sincero buscador de la verdad, que no reconoce o acepta las manifestaciones externas del movimiento de la conciencia de Krishna, obtenga amor por Dios?”.

Prabhupada: Amor por Dios significa misericordia de Dios. Si Dios está satisfecho, Él puede hacer cualquier cosa. De esta forma, ese placer de Dios puede despertarse por amor. En sánscrito se llama kripa-siddhi. Perfección motivada por afecto. Por misericordia.

Tamala Krishna: Él quiere saber si es posible obtener ese amor por Dios sin formar parte del movimiento de la conciencia de Krishna.

Prabhupada: En general no, porque la persona debe seguir los principios reguladores y parar de actuar de forma pecaminosa. Entonces depende de la misericordia de Krishna. No puedes obligarle a que te de Su misericordia. No es posible. Misericordia es misericordia. Tienes que cumplir tu deber, y la misericordia depende de Él.

Tamala Krishna: Buenas respuestas.

 

No es mi intención herir, pero a veces las verdades, tienen ese efecto...

 El castigo del mentiroso no es, que no se le crea, sino que él no puede creerle a nadie.

George Bernard

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Un cuento sobre el ENDOESQUELETO T800. | Cuento de Enrico Diaz Bernuy | 2024

Un cuento sobre el  ENDOESQUELETO

T800

La ciudad se adormecía bajo el manto del atardecer, como una vela que pierde su llama, al roce del aire, el aire que carga nuestros recuerdos, en una ciudad teñida grisáceamente de una habitualidad por lo superficial, la gente falsa, el rose de los interesados. Y en aquella tarde de Lima con su habitual melancolía gris, esa que tiñe las calles de la ciudad, con una especie de nostalgia por cosas que todos soñábamos pero que nadie vivía. La ciudad se adormecía y estábamos adormecidos, sedados… 

Nadie vivía la honestidad,  ni afectos sinceros, hasta que un día;  tres hombres, desconocidos entre sí hasta ese día, se encontraron bajo el mismo techo, en la inauguración de una galería en el centro del distrito de Miraflores.

Eran diferentes en muchos aspectos, pero compartían un vínculo invisible, tejido por el arte, (cierto arte), “el coleccionismo”, y el deseo de poseer algo más que simples objetos: querían poseer fragmentos de historia, (el anhelo).

Lucio estaba allí por puro azar. Mientras caminaba por el centro buscando un lugar donde refugiarse de la llovizna, se topó con la galería. En el escaparate brillaba la última colección de figuras de edición limitada, detalladas hasta la perfección, juguetes que parecían salidos de una película de ciencia ficción, pero que estaban hechos para ser apreciados como Arte.

Él no dudó en entrar porque se sintió identificado porque aquellos artículos para él eran algo familiar. El arte en términos de “algo familiar” creo que esa sensación,  ya era una “revolución”.

Cabe señalar que el Pop Art, movimiento que irrumpió en el arte contemporáneo con su vibrante uso del color y su desdén por las jerarquías tradicionales de lo estético, ha dejado una impronta indeleble en la cultura moderna, especialmente en la industria de los juguetes de colección. Juguetes como los "Hot Toys", NECA, entre otros… con sus detalles cromados y colores encendidos, representan la evolución de esta estética popular hacia una forma de arte poco accesible pero coleccionable. Hoy en día, así como en el pasado se coleccionaban esculturas y pinturas, adultos y jóvenes encuentran en estos objetos una vía de inversión y entretenimiento, de lo que probablemente sea así, reafirmar el legado cultural del Pop Art en una era digital y cada vez, más digital.

Sin embargo, en esta era en donde los cuadros o las esculturas ya no tienen el mismo miramiento que antes, ese espacio es ocupado por otra clase de coleccionismo u otra clase de inversión…

Joaquín, por otro lado, lo había planeado desde hacía meses. Había oído hablar de la exposición, y estaba seguro de que allí, encontraría la pieza que añadiría a su ya considerable colección. Para él, coleccionar no era solo un pasatiempo, era una inversión calculada. Cada figura que compraba aumentaba de valor con el tiempo, y él, como un experto en el mercado de este nuevo camino del arte, sabía cuándo y dónde hacer la oferta perfecta.

Finalmente, estaba Álvaro, el más joven de los tres. Su conexión con el arte y el coleccionismo había comenzado como un escape. De niño, había sido fascinado por las figuras de acción que veía en las tiendas de San Isidro. Ahora, de adulto, sus intereses habían evolucionado hacia las piezas de alta gama. No lo hacía por el dinero, sino por la pura satisfacción de poseer objetos que, para él, representaban pequeñas cápsulas de perfección, pequeñas muestras materializadas sobre el recuerdo, seguramente le traían buenos recuerdos sobre su niñez, una niñez que él quería tener presente.

El destino los había reunido en ese espacio, y aunque ninguno lo sabía aún, el azar jugaría su papel de formas imprevisibles.  Una vez dentro de la galería, Lucio se sorprendió al ver que no era el único fascinado por las figuras expuestas. A su lado, dos hombres parecían estudiar cada pieza con minuciosidad. El ambiente estaba impregnado de una calma tensa, como si cada uno de ellos estuviera evaluando las piezas no solo por su valor estético, sino por su potencial como inversión.

"Es una belleza, ¿no lo crees?", dijo Joaquín, acercándose a una figura cromada, inspirada en un clásico del cine. Terminator T800. Era el tipo de juguete de colección que, en otro tiempo, habría sido objeto de deseo infantil, pero ahora estaba reservado para adultos con conocimientos del mercado, vientres voluminosos y especialmente; de bolsillos generosos. "Estas piezas solo se aprecian con el tiempo."

De lo que ahorita me trae recuerdos en vincular al Pop Art, nacido a mediados del siglo XX, fue mucho más que una corriente artística pasajera. Fue una revolución estética que desdibujó las fronteras entre el arte culto y la cultura popular, alzando a la categoría de obras maestras imágenes y objetos cotidianos. Este movimiento, liderado por figuras como Andy Warhol, Roy Lichtenstein y Claes Oldenburg entre otros… transformó la percepción de lo que podía considerarse arte.

En lugar de exaltar lo sublime, el Pop Art abrazó lo frívolo,  desde las latas de sopa Campbell hasta los cómics, reflejando el espíritu consumista y la estética visual del momento y su respectivo “culto por vivir el instante”, “la cultura de lo efímero”… Sin embargo, esa propuesta triunfó (así va nuestra humanidad).

Hoy, en un mundo donde el arte se consume de formas cada vez más diversas, la herencia del Pop Art es visible en industrias que trascienden lo tradicionalmente considerado artístico. Una de ellas es la industria de los juguetes de colección, particularmente aquellos de alto valor, como los "Hot Toys", Neca, entre otras… Estas figuras, detalladas al extremo, reflejan el estilo vibrante y cromático del Pop Art, acercando el arte a las masas de una manera que resuena profundamente con las sensibilidades contemporáneas.

Donde muchas veces lo que prima es la  inversión y aprecio estético, evocando los mismos principios que guiaron al Pop Art en su momento de auge. Sin duda, aunque no siempre se trata del valor monetario, a veces es solo la perfección de la obra lo que importa", —respondió Álvaro—, sin despegar la vista de una figura de un superhéroe en pleno vuelo, cuyas tonalidades artificiales  evocaban los colores audaces del Pop Art. "Este tipo de coleccionables, por mucho que valgan, para mí son pequeñas joyas de nostalgia." —Sostuvo con determinación—, pero todos sabíamos que siempre había cierto intereses monetario, como si una parte de la niñez se hubiera desvirtuado. Sin embargo, aun persistía un tono de niñez y eso debía rescatarse.

Lucio, que hasta entonces había permanecido en silencio, se acercó a la conversación. "Para algunos será nostalgia, para otros,  “Arte”, pero en el fondo, todos estamos aquí porque sabemos que el valor de estas piezas solo crece con el tiempo. Es un mercado que se parece mucho al del arte, donde cada obra se convierte en una inversión." Es como si el mundo se hubiera puesto de acuerdo; para desplazar a los escultores de antaño , y así,  para dar paso a las reproducciones con el término “escala”. Las reproducciones de edición limitada, numeradas,  y hasta a veces firmadas como si se tratara de una verdadera micro escultura de colorinche y de impecables trazos. 

Donde se reproducían incluso hasta los poros de la piel. Muñecos de treinta centímetros de altura cuyo costo es de mil trescientos  dólares, por unidad. Por su puesto que con ese precio, cada uno de esos artículos vienen numerados y con documentos, casi como si se tratara de una obra de arte, o quizás estamos frente a las nuevas obras de arte… (¿?)

La conversación fluía de manera natural, y entre palabras compartidas, los tres hombres comenzaron a hablar de sus propias colecciones. Lucio tenía una modesta selección de figuras de acción antiguas, piezas de una infancia que nunca se había permitido olvidar. Tendrá sus motivos, seguramente llenos de gratitud…

Joaquín, se dedicaba a vender piezas similares (era comerciante) y por su parte, era un veterano en el mundo de las subastas de arte y coleccionables especialmente de carritos batimoviles.

Álvaro, el arquitecto y aunque joven, había dedicado años a reunir una colección de alta gama, con ediciones limitadas que eran la envidia de cualquier amante de los Transformers Prime y vínculos con la Cultura Geek.

Y dada su afición tan marcada terminó estudiando diseño gráfico para terminar especializándose en las impresiones en 3d.  Él era un enterado en el tema, eso es seguro. El azar los había juntado, pero pronto el interés por las mis piezas iba a separarlos. Tampoco puedo olvidar el olor del plástico flamante, mezclado con el de las alfombras y ese particular champo que le ponen… construía en sí un perfume atrayente. En aquel ambiente lleno de cristales como si se tratara de pequeños altares, que solo te invitaban al silencio, y  a contemplar. Y eso, de estar callado te invitaba en detener el dialogo interno, eso es una buena señal.

El evento continuaba, y en la sala principal, una pieza especial se destacaba entre las demás: una figura única de un personaje icónico, el T800 (¡!),  (endoesqueleto hiperrealista).  Con detalles cromados que recordaban las tonalidades estridentes y brillantes del pop art de Warhol. Era una pieza única, la joya de la exposición, y los tres lo sabían. Era el viejo lanzamiento en los años 2023 y 2024 que fue comercializado fascículo a fascículo prácticamente en todo Sudamérica, hoy completamente descatalogado.

"Esta es la clase de figura que no solo apreciará en valor, sino que será recordada como un hito en el mundo del coleccionismo", —comentó Joaquín—, casi para sí mismo, aunque Lucio y Álvaro lo escuchaban atentamente.

"Sería un honor tenerla en mi colección", —dijo Álvaro—, con una sonrisa algo temerosa, como si ya presintiera que esa pieza estaba fuera de su alcance. De lo cual, le trajo ciertos recuerdos de su infancia en la que anhelaba ciertos juguetes y no los obtenía.  Él sentía que la vida le hacía vivir, de nuevo, como si fuera un bucle en donde, el elemento neutro, de su condición matemática lo hacía radicar en un limbo.

Lucio observó el intercambio con una  sonrisa de poca soltura, tímida o llena de dudas. Sabía que esa pieza, era el tipo de inversión, que cualquier coleccionista serio,  desearía. Él también la quería, pero entendía que el verdadero juego no estaba solo en desearla, sino en poseer el poder económico y la estrategia para obtenerla. Era un tema de estrategia.

La contemplación por esta clase de artículos era un motivo para dar pausa a burlarse de los demás, un alto a la hipocresía y a los interesados. Su afición silenciosa por esas pequeñas esculturas plásticas en ediciones numeradas eran un motivo para el silencio y estar sentado, eso era bastante… Y esta clase de cosas, a veces en tiempos de pandemia o tiempos de soledad, estas aficiones son de ayuda.

Cuando la subasta informal comenzó, el ambiente en la sala se tensó. Primero, fueron las ofertas moderadas, pequeñas sumas que parecían más actos de cortesía que verdaderas propuestas. Sin embargo, la tensión creció rápidamente cuando Joaquín, con la seguridad de un experto, hizo una oferta considerable.

Y si se trata de consideraciones, tenemos que recordar que el pop art surge en un contexto en donde  los medios de comunicación masivos comenzaban a dominar el imaginario colectivo. La estética de este movimiento se basaba en una reinterpretación de los elementos más comunes y banales de la vida cotidiana, como la publicidad, los productos de consumo masivo (enlatados entre otros) y por su puesto; las celebridades.

Andy Warhol, una de sus figuras más representativas, sintetizó esta idea cuando dijo: “Todo el mundo debería ser famoso por 15 minutos”. Esta afirmación encapsula el sentido de transitoriedad y superficialidad que caracterizó al Pop Art, pero también su poder para convertir lo efímero en algo duradero e icónico.

El uso de colores ensendidos y técnicas como la serigrafía fue un recurso fundamental en la creación de estas obras, otorgando a imágenes comunes un estatus de arte elevado. Colores encendidos y composiciones repetitivas no solo rompían con las normas del arte convencional, sino que también hacían un guiño a la sociedad de consumo en la que el arte estaba inmerso. 

De esta forma, el Pop Art "democratizó" el arte, haciendo que lo que antes se consideraba exclusivo del ámbito "cultural elevado" y aunque fuera poco accesible económicamente, pero comprensible en el campo intelectual para las masas, eso hay que reconocerlo. Sin embargo, ahora entre las ediciones limitadas o los coleccionables,  incluso hasta por fascículos, es como si ocurriera un fenómeno similar...

Sin duda, el mercado del nuevo arte haba dado un giro. Veo que la democratización económica duro cierto tiempo nomas… 

—"Diez mil soles", anunció con voz firme. —Fue su sentencia—. 

Álvaro y Lucio intercambiaron miradas. Era una suma alta, pero no fuera de lo común en este tipo de piezas. Álvaro, con determinación, elevó la oferta. 

—"Quince mil", dijo, aunque su tono dejaba entrever que estaba empezando a cruzar un límite incómodo. Lucio, que hasta ahora había permanecido en silencio, dio un paso adelante. "Veinte mil." La sala quedó en silencio por un momento. Joaquín frunció el ceño. Había subestimado a sus compañeros de galería, pero no iba a dejarse vencer tan fácilmente. "Treinta mil", replicó con una seguridad que casi desafiaba a los otros dos.  

El rostro de Álvaro palideció. Sabía que no podía seguir subiendo la apuesta sin arriesgar su estabilidad financiera. Para él, esta era más que una batalla por una figura, era un desafío personal.

Sentía que debía demostrar algo, pero la lógica comenzaba a imponerse. Lucio, en cambio, estaba calculando cada movimiento. Sabía que la pieza tenía un valor simbólico, pero también sabía que su estrategia no podía basarse solo en la pasión. Dejó que la tensión aumentara y decidió retirarse en el momento justo, no sin antes lanzar una última mirada a sus contrincantes. 

Era el momento de demostrar su valía como hombre frente a la actitud a cuando uno no tiene nada, o su humildad cuando uno lo tiene todo. En esos instantes él no tenía lo suficiente.


—"Me retiro", dijo con serenidad, aunque sus ojos seguían fijos en la figura como si ya la hubiera poseído en su mente. O como si se estuviera haciéndose una promesa silenciosa y secreta, hacia él mismo.

 Joaquín sonrió triunfante. La pieza sería suya, y aunque el precio había sido alto, sabía que esa inversión se recuperaría con creces en el futuro.

Álvaro, aunque decepcionado, se consoló pensando que habría otras oportunidades…, otros momentos en los que podría demostrar su valía como coleccionista, porque en ese camino, el recorrido es de toda “una vida”. Apenas comprendía que la paciencia era la primera lección de ser un verdadero coleccionista.

 Enrico Diaz Bernuy

 


jueves, 5 de septiembre de 2024

Relato Breve | La ingeniería de las cadenas | de Enrico Diaz Bernuy

                                                 LA  INGENIERÍA
                  DE LAS CADENAS



Las ilusiones son peligrosas, no tienen defectos. 

Billy Wilder


Sin frutos, y al mediodía, el árbol de naranjo se mantenía en su lugar, como una antigua guardia de recuerdos. En medio de esta escena, Ciro alcanzó una conciencia que jamás había deseado, pero la distancia parecía la única manera de preservar su salud mental.   —Hablo del árbol de naranjo—.

Los días transcurrían, y con ellos, mensajes intrusivos llegaban a las puertas de su mente. Aparentemente, su vida se reconstruía a diario, pero en realidad, Ciro recorría un sendero interminable, donde las piedras se agrupaban en los oscuros meandros de su memoria, formando un todo complejo y abrumador.

 El árbol de naranjo, real en el jardín de su casa, simbolizaba la primera juventud de su mamá. Sus troncos rugosos y ásperos eran como marcas de un pasado distante.  Para Ciro, sin embargo, el árbol era una fuente de una nostalgia agotadora, reflejando la ausencia y los años perdidos más que cualquier vitalidad. (meditar en el pasado era vampirizante).

A punto de cumplir los 13 años, el reloj invisible en la mente de Ciro parecía a punto de estallar. Cada tic era un recordatorio de su fragilidad, manteniéndolo despierto en un estado de ansiedad constante. Anhelaba regresar a sus 12 años, a un tiempo de inocencia antes de que las responsabilidades sumado a  las sombras, se volvieran una carga pesada y en el medio de esa consistencia, él temblaba.

En su aldea, la tradición dictaba que a partir de los 13 años, los niños debían dejar de serlo. Esta costumbre, lejos de ser un rito de madurez, era una cadena mental que aprisionaba a todos. Aunque su origen no tenga tintes que enaltezcan  la condición humana, Ciro comprendía que escapar de ella requería enfrentar su peso.

Provenía de una familia numerosa: seis hermanos varones y cuatro hermanas. Como el menor, no tenía mucho valor para ellos. El hijo mayor cargaba con la mayor responsabilidad; si fracasaba, todo se derrumbaba. En su familia, el primogénito era casi una figura divina, mientras que los demás vivían en la sombra de su éxito o fracaso.

Ciro, la última sombra en esta jerarquía, guardaba silencio introspectivo. Nadie imaginaba que, a su corta edad, ya había experimentado un profundo despertar espiritual. Comprendía que su familia, atrapada en deseos insatisfechos y frustraciones, estaba perdida, encerrada en una jaula mental. Aunque las puertas de esa jaula estaban abiertas, nadie se atrevía a cruzarlas, por que nadie sabía que la jaula tenían puertas.

Mientras lidiaba con el torbellino de deseos truncos a su alrededor, Ciro decidió convertirse en el héroe de sí mismo. Su guía no sería su mente ansiosa, sino su inteligencia y su intuición. Entendió que las emociones de sus hermanos, sus frustraciones y deseos no cumplidos, (un anhelo profundo por alcanzar reconocimientos) eran las cadenas invisibles que los esclavizaban. Ciro dejó de sentir lástima por ellos y comprendió que esas cadenas eran poderosas, aunque invisibles.

El aroma del naranjo lo envolvía, dulce y cítrico, un recordatorio de lo efímero y hermoso. Pero esas fragancias también eran engañosas, como las sombras proyectadas por sus hermanos. La hipocresía, la falsedad y la lujuria por el poder y los objetos los habían devorado a ellos, y también a él. Debido a que él no podía expresar esta clase de males, sencillamente,  logró en Ciro un enjambre cuyas confesiones solo terminaban en el mismo destino; vivir  lo más lejos de ellos.

A pesar de sus 12 años, algo en él comenzaba a latir con fuerza. En medio de la oscuridad, encontró una motivación para buscar la luz y la redención. Aunque su entorno estaba lleno de personas con habilidades demoníacas, Ciro hallaba en esa oscuridad la inspiración para buscar la claridad y la liberación para él y su familia.
Las mentiras de sus hermanos eran como redes llenas de peces agrios y malolientes, cuyo único destino parecía ser un festín amargo. Este banquete marino, con su sabor áspero y ácido, prometía una exaltación pasajera, pero pronto hundía a quien lo probaba en un subsuelo de espinas y arenas movedizas. Era como esa jaula mencionada antes, con puertas abiertas, pero de la cual nadie podía escapar… excepto Ciro.

Caminando por el sendero de piedras, y con una soledad aparentemente profunda, sumido en los meandros oscuros de su memoria, fue entonces cuando la vio. Una joven de mirada serena lo observaba desde la distancia, como si siempre hubiera estado allí, esperándolo o buscándolo… Sus ojos claros, alargados y penetrantes parecían ver más allá de lo visible.


“Sabes, Ciro”, —le dijo con voz suave, “la cadena de la lujuria por los objetos y el tormento de un deseo frustrado, (el más vil de todos), es lo que ha atrapado a tus hermanos. Esa cadena los arrastra hacia una furia, (una furia doble). De esa ira brota la ilusión total, y de la ilusión, la niebla de la confusión en la memoria (merma la inteligencia). Y todo esto es como finas hierbas que flotan sobre un pantano, engañan, sugiriendo un jardín… Cuando la memoria se desvanece, la inteligencia se pierde; y al perderse la razón, el alma se precipita al lodazal de la existencia, un pantano engañosamente cubierto por esas hierbas.”
Ciro, al escuchar sus palabras, recordó a sus hermanos y padres, cada uno de sus rostros venía a su memoria, la conmiseración lo invadió. Comprendió que todos estaban atrapados en esa danza amarga de deseos, pero de deseos no resueltos. Pero ahora, con las palabras de la joven resonando en su interior, la niebla se disipaba.

La joven sonrió con dulzura y, con la misma sutileza con la que apareció, desapareció como un susurro felino. Ciro, iluminado por esta nueva verdad, entendió que la jaula siempre había tenido las puertas abiertas. Dio un paso más allá, aceptando que su vida había estado marcada por una libertad que siempre estuvo allí, aunque no la percibiera.  Finalmente, cruzó la puerta hacia un destino nuevo, libre de las sombras de la jaula, aunque sus puertas siempre estuvieran abiertas para aquellos que encuentren la liberación con tan solo decir una palabra.

 

  Enrico Diaz Bernuy