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jueves, 12 de julio de 2018

Jesús Tadeo Palacios Valverde


T E       E S P E R O



“En el amor siempre hay algo de locura,
mas en la locura siempre hay algo de razón”
Friedrich Nietzsche


Allí estás de nuevo con tu sonrisa corta y tus rojizos ojos vivaces. Te he visto salir por entre las agrietadas puertas de mi recámara, pero, otras noches, he contemplado tu belleza cuando



te asomabas juguetona a través de las paredes que años atrás me recluyeron. Vienes a mí invitándome siempre a tu juego con las tenues caricias de tus labios. Me susurras erráticos himnos de muerte delineados con la roja tinta que guardo bajo la piel, que recorre mis arterias y que tantas otras veces me has pedido saborear con lujuria encendida. ¡Vamos mi reina! ¡Acércate y bebe de mi esencia! Muchos me dijeron —y me dirán— que no existes, que no eres sino un perverso y febril espejismo. Pero solo yo que he recorrido tu piel palmo a palmo, solo yo que conozco el brillo de tu mirada, solo yo que he invadido tu ser una y otra vez en infames movimientos de caderas; puedo dar fe de tu presencia, mi amada. Tranquila, sé que no eres un producto más de la enfermedad que —dicen— me devora de a pocos. Y es que ¿acaso existe padecimiento alguno que para dañar a su víctima se valga de sucias personificaciones de la propia fuerza del amor? ¡Jamás! ¡Ni pensarlo! Una idea no quema en la piel. Tú hierves sobre mí. Una fantasía no desea ni jadea. Tú gritas cual fiera nocturna al sentirme. Descuida amor mío, quienes de repulsiva alucinación te tacharon ahora yacen por trozos bajo la húmeda tierra. ¡Descreídos! ¡Blasfemos! Mi familia fue la primera en pagar el precio a tan aborrecible afrenta. No soporté cuando me recriminaron que me encerrara contigo, que aullásemos juntos arañando las paredes, que te acurrucaras en mi entrepierna una y otra vez, tomándonos lenta y placenteramente, recorriendo cada rincón de mi ser, del tuyo… Pero, eso, a estas alturas, ya no importa, cariño. Ya no queda nadie que pueda separarme de ti, que pueda separarnos. Al menos no desde que ajusticiamos a aquellos que quisieron retenerme amarrado a punta de agujas y píldoras. ¿Recuerdas cómo se retorcieron en nuestras manos? ¿Recuerdas cómo guiaste mi navaja mientras ellos suplicaban misericordia? Tú me diste la fuerza necesaria para hacerlo y no les permití robar este tierno sentimiento que el placer ha engendrado. SLASH— ¡Cómo reímos aquel día bajo el chisporroteo sanguinolento de sus cuerpos! Recuerdo aún lo que hicimos después, cuando, bañados con el jugo de sus entrañas, te recosté sobre mis carnes mientras tú, frenética, lamías y llenabas de besos mi húmedo rostro. Tenías razón y, sin duda, debo admitir que fui un tonto por no haberte oído antes. Descuida, lo he comprendido todo. No tienes por qué temer, en mis manos la cuchilla se mueve en tu nombre. Más de un “hereje” ha caído entre nuestros dientes y ha manchado nuestros rostros con sus hirvientes fluidos. Juntos lo hicimos y siempre juntos hemos terminado entrelazados en carmesí y visceral beso al acabar con nuestros enemigos. Desafortunadamente, hay una cosa, un indecible temor que ha venido gestándose estos últimos años en mí, al punto de mantenerme sumido en la neurosis más oscura. Presiento, sé, que este amor no durará para siempre, querida mía. Lo huelo en este aire con bizarro olor a óxido. Lo he sentido cuando pasábamos noches enteras batallando contra quienes deseaban separarnos al no entender nuestros actos plagados de lujuriosa consagración. El tedio ha empezado a calar entre los dos. Lo sabes. Ya no hay quienes nos persigan ni mucho menos queda forma de vida que se oponga a nuestra convivencia. Logramos perdernos en el común de los mortales, dejándole de huir a esta humanidad sobre arena, nieve y mar; pero la repentina monotonía fue envenenándonos con el tedio al que dicen están destinados algunos amores de explosivo origen. Todo se ha enfriado sin el motor que inicialmente nos unía, por ello veo como inevitable el día en que te marcharás.
¡Calla y no te atrevas a negar lo que tus miradas otrora me revelaron indiferentes! ¡Te quieres ir! ¡Te vas a ir! Espero que entiendas que cuando eso suceda, cuando tan si quiera tu vaporoso ser me lo insinúe, con todo —conmigo, contigo— me veré obligado a terminar. Te quiero, te quise y te querré, pues desde tu nacimiento en la penumbra de mi corazón te condenaste a permanecer unida a mi esencia creadora, aunque trates de negarlo movida por el fantasma del hastío. Te quiero conmigo, no me importa la forma, el momento o la condición, incluso si eso implica verte inerte. ¡Vamos a bañarnos vida mía, aunque el agua que nos moje no sea otra que la escupida por mi cuello! Te espero dispuesto con la hoja de acero, aunque mis ojos no te hayan percibido hasta ahora.  ¿Te escondes? ¡Sal y regálame por última vez el placer de saberte conmigo, mi amada!


AUTOR: Jesús Tadeo Palacios Valverde


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