POESÍA E INTERNET,
POETAS E INTERNET,
POEMAS E INTERNET
Durante siglos, la poesía fue considerada un arte
casi sagrado. Desde los cantos védicos hasta los versos de Safo, desde la Divina
Comedia de Dante hasta los sonetos de Shakespeare, la poesía funcionó como
una forma de revelación espiritual, estética y filosófica. Los poetas no eran
simplemente escritores: eran intérpretes del mundo invisible, portadores de una
visión singular, capaces de transformar el dolor en belleza y el silencio en
resonancia. La poesía era el acto supremo de comunión entre el alma y el
lenguaje, un lenguaje que no se agotaba en lo inmediato, sino que se abría como
un templo verbal ante el lector dispuesto a cruzar su umbral.
Pero en el siglo XXI, ese templo ha sido
derrumbado y convertido en vitrina digital. El arte poético ha sido arrastrado
a la lógica del espectáculo, del algoritmo y del "me gusta". La
contemplación ha sido sustituida por el consumo. La profundidad, por la
superficie. La voz del poeta ha pasado de ser un susurro esencial a convertirse
en un grito de autoafirmación buscando aprobación. En lugar de un diálogo con
la tradición y el misterio, hoy asistimos a una poesía que es, muchas veces, un
eco instantáneo, listo para ser reproducido y olvidado.
Walter Benjamin advirtió en su célebre ensayo La
obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica que, cuando una
obra pierde su aura —es decir, su unicidad, su sacralidad—, se convierte en un
objeto de consumo. Durante siglos, la poesía conservó ese aura: era una
experiencia singular, exigente, que requería tiempo, silencio y recogimiento.
Para Rilke, escribir poesía era "vivir las
preguntas". Para Vallejo, era “ser más hermano del hombre que él mismo”.
En Eliot, el poema se volvía una extensión de la tradición viva, un puente
entre los vivos y los muertos. Leíamos despacio, sin necesidad de compartir el
acto con el mundo. Leíamos con el cuerpo entero. Recuerdo que durante largo tiempo adopté la manía de irme al campo y leer poesía a veces en una absoluta soledad, otras cuando tenía una enamorada.
La irrupción de las redes sociales alteró ese
ecosistema silencioso. Instagram, Facebook, TikTok, X (antes Twitter) y otras plataformas
transformaron no solo el modo de difundir poesía, sino la manera misma de
concebirla, escribirla y percibirla. Yo no quiero que se entienda que
menosprecio estar redes mencionadas pero si señalar que la poesía no puede fluir en esos formatos. Esa
redes sociales especialmente X y tik tok puedes ser útiles para campañas
publicitarias de otros géneros. Y prueba de ello, es que este articulo será promocionado
en tik tok, de ahí vendrán a conocer este blog.
Hoy, muchos poemas parecen diseñados no para el
alma, sino para la plantilla Canva. Tipografía delicada, fondo
estético, y una frase emocionalmente evidente que impacte en tres segundos. La
poesía se volvió compatible con el scroll.
En este nuevo paisaje dominado por la cultura del “like”, la poesía ha sido reducida a su mínima expresión. Los llamados “poetas virales” (los que son invitados al extranjero), escriben con la intención de volverse tendencia, no de conmover o transformar.
Las metáforas complejas, el ritmo interno, la ambigüedad
significativa, han sido descartadas por la lógica del algoritmo. El lector ya
no busca la experiencia estética; busca una identificación instantánea. El
poema ya no es un umbral: es un espejo empañado que devuelve lo obvio.
Las consecuencias de este fenómeno no son solo
estéticas. La neurociencia ha demostrado que el uso intensivo de redes sociales
afecta nuestra capacidad de atención sostenida, nuestra memoria de trabajo y
nuestra disposición simbólica.
Prueba de ello es que ahora los poemas los leen
desde un teléfono celular y la neurociencia frente a ese acto lo tiene revisado
y como supondrán el pronóstico no es alentador…
El "loop de dopamina" generado por las
notificaciones y recompensas inmediatas entrena al cerebro para lo breve o lo
rápido. La lectura profunda, tan necesaria para la poesía auténtica, se
erosiona. El cerebro digitalizado encuentra satisfacción en frases
motivacionales disfrazadas de verso, pero es incapaz de sostener la lectura de
un poema de Saint-John Perse o Pizarnik. La prisa cancela la contemplación, eso
quedó claro.
El mercado editorial, lejos de oponer resistencia, se ha sumado a esta tendencia. Las editoriales tradicionales que en otro tiempo funcionaban como filtros de calidad literaria hoy priorizan el número de seguidores del autor por encima del valor estético de la obra. Si tienes 500 mil seguidores, tienes un libro. Si escribes desde la complejidad, probablemente no. Frivolidad vende (en la mayoría de los casos). Pero algo que agrava más es que el mercado editorial se ha vuelto una fabrica de impresión, como una empresa fotocopiadora con un precio base (mínimo), al mejor postor, al menos en Perú y en la mayoría de los casos, funciona así. Si pagas te publican, no hay otra.
Yo una vez fungí de editor literario y no hice del todo mal el
oficio, era interesante. Intenté sacar ediciones mínimas bajo la modalidad de
imprimir bajo pedido, y los escritores a los que me dirigí me dijeron que yo
tenía que pagarles una suma básica, y otros simplemente no aceptaron. Al final
edité dos libros de dos autores distintos, pero hasta ahí llegó ese
recorrido. Fue así que empecé a
concentrarme mas en mi trabajo literario, y empecé a publicar mis libros.
Pero volviendo mas al tema, sentí que se impone un nuevo populismo poético:
textos que apelan a lo sentimental, al lenguaje plano y al mensaje directo,
escritos no para transformar sino para complacer. El lector es tratado como
cliente, no como interlocutor. La poesía se disuelve en autoayuda con forma de
verso libre y sin duda esta libre de todo trabajo intelectual y espiritual (en
la mayoría de los casos).
Y en ese entorno, la comunidad poética digital no
escapa al daño. Es más lo que sostengo es que el internet es el principal
causante. Pero aunque las redes pueden amplificar voces marginales, también
generan entornos cerrados, tribales, donde lo importante no es la calidad sino
la pertenencia. Se celebra al amigo y se cancela al disidente. La crítica
desaparece, sustituida por la adulación o la burla. El poema deja de ser una
ofrenda y se vuelve un selfie. Y la búsqueda del liderazgo
egoico se impone…
El poeta se obsesiona con su imagen, con su marca
personal, con la ilusión de influencer asolapado. Lo que era arte s
e convierte en performance narcisista.
En ese desierto simbólico, incluso la
originalidad ha sido malentendida. Muchos confunden lo original con lo
estridente, lo nuevo con lo gratuito. El resultado es una poesía escrita sin
lectura previa, sin oído, sin trabajo formal. Se jactan de escribir un poema en
cinco minutos, de no corregir, de improvisar, o de escribir a mano con lápiz. A
veces se parecen mucho a los académicos, henchidos de tantas seguridades…
Las vanguardias del siglo XX tenían una intención
estética y filosófica profunda; hoy, muchas "rupturas" son solo
gestos vacíos. Se pierde la música, el sentido, el riesgo auténtico. El poema
se vuelve un objeto roto, no por intensidad, sino por descuido.
No, la poesía no ha muerto. Pero ha sido
debilitada, herida por el ruido digital, desfigurada por el mercado, corrompida
por la ansiedad de validación, erosionada por el deterioro de la lectura lenta, (la implosión). El internet ha sido el fundador de esta ruptura o esta debilidad. Hemos pasado
de reverenciar el poema como un acto espiritual a tratarlo como un producto
viralizable, vendible, sustituible y sobre todo, etiquetable.
Y sin embargo, aún es posible resistir. Volver al
silencio, al asombro, a la relectura. Recuperar la poesía como verdad, como
gesto de interioridad. Reaprender a escribir con lentitud, a leer con atención,
a rechazar la complacencia. En medio del ruido, el acto más poético es quizá el
más radical: volver a escuchar.
Solo ahí, en ese espacio invisible entre el
lenguaje y el alma, la poesía podrá renacer con toda su fuerza, lejos del
brillo efímero de las pantallas y cerca de la verdad que arde en los adentros
del Ser. Pasión.
Enrico Diaz Bernuy