Intentos órficos para las letras y las bellas artes

Intentos órficos para las letras y las bellas artes

jueves, 27 de febrero de 2020

Poemario: Océanos de Ficciones. (Reseña).


Pablo Pineda, pronuncia una lírica como microhistorias vinculadas en contundentes sablazos sobre un universo urbano.  Con una musicalidad a un discurso que nos revela:  experiencia en el verso (enfoque poético) y visión de su existencia ante el desafío de no quedar en silencio.  Por lo que ocurre en tiempo real, la complejidad de inflexiones, tal cual, son los océanos mismos.
Se vale del verso libre y también del haiku.  Como si un tablero  ajedrezado se revelara frente al poeta, y él se desplaza entre los instantes como si mirara, el infinito…  y   así; la lucidez. Por ello, cito lo siguiente:  “Bocinas y ruidos de motores se unen en miradas de ríos inexplorados/ Respirar el olor cotidiano de la ciudad/ entre edificios inclinados como ramas./ Canta el gallo como autómata/ y el sol va recalentando su panza de fuego / entre árboles humanos”. (…)
OCÉANOS DE FICCIONES en esta su primera edición, exhibe diversas ilustraciones realizadas por el mismo poeta. Siendo así, acorde con las espirales que arman, danzan, entre los versos de su travesía y sus desafíos.

Enrico Diaz

miércoles, 5 de febrero de 2020

Señor William Blake ya que usted nos habla tanto de las puertas de la percepción... 
Entonces qué pasa cuando las puertas de la percepción ¿se abren?...
—Percibes el infinito. — Respondió .


PARA LOS QUE DESEEN ADQUIRIR 
OBRAS DE ARTE, POR BUEN GUSTO O POR INVERSIÓN. RECUERDEN QUE PONGO A LA VENTA MÁS de 700  
CUADROS de mi autoría, EN DISTINTAS TÉCNICAS.    ALGUNOS EN REMATE. CITAS AL 993904284.  TAMBIÉN ME QUEDAN LIBROS QUE PUBLIQUÉ:  
CUENTOS, NOVELAS Y POEMARIOS 

atte. Enrico Diaz



P.D: REALIZO MURALES Y MOSAICOS PARA LOCAL O DOMICILIO.

jueves, 30 de enero de 2020

LAS CINCO PREGUNTAS QUE JAMÁS TE LAS HARÍA (Ficciones) Enrico Diaz.





Uno de los alumnos de Heidegger le preguntó:  ¿qué
consejos podría darles a las personas para que
sus vidas estén cercanas a la impecabilidad o a lo auténtico?
Visitar cementerios — respondió—.

&

O don Juan cuando afirmaba repetidamente que la muerte
 siempre está a un brazo de distancia de uno.
Y que la única verdad es su presencia, y quien ose
solicitarle consejos a la muerte, siempre pero siempre , será sabio. 
.


LAS CINCO PREGUNTAS QUE
JAMÁS TE LAS HARÍA






Entre las circunstancias de la existencia auténtica encontraras una sonrisa amorosa      
                    desde el fondo de tu miedo,  y el pleno sentir de ese mismo anhelo que hizo unirnos y que nos devuelve la razón para desear por un instante querer olvidarlo todo. 
   
     Así un día adoptamos una postura más confortable…, ¿recuerdas aquel día que visitamos un cementerio? —sentíamos tristeza—, quizás sentimos nuestra realidad... queríamos emborracharnos y nadie pudo escapar a sí mismo. Fue hasta que vi en mis manos algo sincero, auténtico. Sentí que algo acababa, no te lo dije porque creí que  ya lo  sabias… 
   
   Es parecido al mismo fin que cada noche experimento. A veces uno es consiente, uno se siente despierto y es grande el resplandor de ese encuentro de verse,  uno mismo cercano o imbuido a circunstancias de la existencia auténtica.       
    En donde encuentras una sonrisa amorosa, desde el fondo de tu miedo, y el pleno sentir de ese mismo anhelo.  Quizás hizo unirnos y  nos devuelve la razón para desear por un instante querer olvidarlo todo. ¿Se puede olvidar todo? Si estoy frente a este papel escribiendo estas cosas, tal parece que no. Al menos yo no puedo olvidar. Unirse a uno mismo en un recogimiento lleno en la grandeza con el bello silencio del corazón. 
  
    Entonces paso hablarte ahora del silencio. Un silencio que no abarca lo corpóreo. Ni mucho menos  esta masa muscular de tendones,  grasa y líquidos.  Es bueno especificar porque siempre se nos olvida que nosotros solo somos una sombra de este cuerpo, pero no somos este cuerpo. Y ya sabemos que lo que se basa en este cuerpo tiene un final, arrojado al factor tiempo,  y en su base,  un fundamento fruitivo de único destino: perecer. A pesar de este perecer o derrumbamiento aun así se basan relaciones sociales, relaciones sentimentales, relaciones sexuales. Todo fundamentado en lo tangible, lo corpóreo, la tajada de sacar el anhelado porcentaje.  Ya sabemos a qué tipo de porcentaje va esa insustancial felicidad: hacia tu número de cuenta bancaria  o tus genitales o porcentaje para comprar halagos, ¿sabes a lo que me refiero, no? A la felicidad efímera de decir, "hinchado de pecho": yo soy el más pendejo que todos. La pendejada. Pero en el fondo tu sabes que todos estamos aquí porque “estamos cagados”. Te  identificas con nosotros.
     
    No se trata que nos refiramos al más atractivo de los cuerpos, así como el manjar más exquisito apetece, la misma exquisitez también empalaga por ese motivo esas mujeres abandonan a sus maridos o esos hombres abandonan a sus mujeres, se hartan del dulce. Cuando todo se basa exclusivamente   en el placer del paladar o de los genitales, ya sabemos cuál es el destino, el empacho.
     
     Ahora,  si tu me dices que no crees en el destino  puedes olvidarte de lo que te acabo de decir. ¿Te acuerdas de las increíbles y blandas nalgas de ella? en realidad es increíble que te hayas hartado,  que decidiste largarla de tu vida. Te acuerdas cuando elogiabas sus senos pequeños que parecían,  "pequeños copos de nácar y miel a la vez".  —Parecías un poeta—

    Recuerdo cuando una vez te vi abrazándola,  dándole un beso enorme. Me sentí orgulloso por tu felicidad. Pero claro, ese tipo de cosas jamás te lo diría. Ella esperaba que la saques del hoyo de donde vivía ¿continuamos hablando del dinero o lo tangible?    —Parece que sí. 
Recuerdas cuando una vez me  dijiste: Enrico por que no pintas mujeres que carguen un letrero al cuello que diga: —quiero que me saques de este distrito—. 

    También quiero contarte que tengo una amiga que la veo muy poco.  Ella siempre dice que me adora, me quiere muchísimo. Incluso es de la clase de chicas inexpresivas parcas, aun así ella me dice esas cosas. Por su puesto que yo también correspondo a sus palabras.
     
     Ella es un encanto,  evito verla porque sé que me puedo enamorar,   o quizás ya lo esté. Solo que no quiero aceptarlo, el punto es que ella —no puede con su vida—, triplica los problemas que yo pueda tener en mi vida. Las pocas veces que la veo siempre trato de darle la mano. 

     Luego las sensaciones de pistantrofobia siempre se asoma  una sensación  de pena enorme al despedirme de ella…  Cuando la abrazo al despedirme respiro su respiración, me enternece. Acaricio sus brazos al decirle: nos vemos pronto. Pero nunca es así.
      
     Tres días después, me la imagino en mi cama. Y una vez más las conexiones a este cuerpo se revelan de forma rotunda  para terminar en mis genitales. Pero ser consiente de estas cosas ya cambia las cosas. 
      
    Abrir los ojos ante uno mismo pone a prueba lo que eres capaz de dar... entre las circunstancias de la existencia auténtica encuentras una sonrisa amorosa desde el fondo de tu miedo.


Enrico Diaz
2020
Lima, Perú


miércoles, 22 de enero de 2020

...y como por ahí, alguien dijo: LA SOLEDAD ES EL MEJOR CALDO DE CULTIVO PARA LA,  CREACIÓN. 

lunes, 13 de enero de 2020

Hasta que alguien se atrevió a decirlo. Que interesante artículo. ¡Excelente!

(sobre las redes sociales..., el cargamontón y los enviados)

Escribe PATRICIO PRON

Nabokov ante la mayor de las oscuridades

Las sueños del autor de ‘Lolita’ constituyen espléndidos relatos pero son poco relevantes en comparación con los de sus personajes, siempre completamente lúcidos

Nabokov
Nabokov, en 1965 en el Hotel Palace de Montreux (Suiza).  CORDON PRESS
Existen decenas de maneras de irritar a los lectores, y a Henry James (que inventó algunas de ellas) se le atribuye la constatación de que “narras un sueño y pierdes un lector”. No muchos parecen estar de acuerdo, sin embargo: la literatura de los últimos 100 años cuenta con protocolos oníricos a cargo de, entre otros, Georges Perec, William S. Burroughs, Graham Greene, Franz Kafka, Theodor W. Adorno, Jack Kerouac, Carl Gustav Jung, Francisco Ferrer Lerín, Michel Leiris y Rodolfo Enrique Fogwill.
Nabokov ante la mayor de las oscuridades
Vladimir Nabokov también narró sus sueños, pero lo hizo con una voluntad experimental que lo distingue de otros autores; inspirado por los famosos “experimentos con el tiempo” de John W. Dunne, el autor de Lolita se propuso comprobar si sus sueños eran anticipatorios: es decir, si constituían “recuerdos” de acontecimientos por suceder. A lo largo de 80 días (de octubre de 1964 a enero de 1965) tomó nota de ellos y permaneció atento. Como escribe Gennady Barabtarlo, traductor al ruso de la obra de Nabokov y editor de Sueños de un insomne, “su teoría onírica está situada en algún punto entre dos posiciones contemporáneas extremas: rechaza el planteamiento de Freud (…) de que los sueños son un reflejo del propio yo que provoca acciones e imágenes inconscientes, si bien no alcanza el ámbito espiritual de la visión de Florenski, para la cual los sueños son la zona de contacto de dos mundos”. Barabtarlo habla aquí de Dunne, pero también de la manera en que Nabokov concebía la producción onírica, la suya tanto como la de sus personajes: para todos ellos, dormir fue siempre refutar las convicciones nunca suficientemente justificadas de la direccionalidad del tiempo y la unidad del sujeto.
El escritor se cuidó mucho de ser explícito sobre si la protagonista de ‘Lolita’ es realmente una víctima
Søren Kierkegaard afirmó que “la vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia adelante”; el problema de lo que Nabokov llamó, siguiendo a Dunne, “el principio de la ‘memoria inversa” radica precisamente en ello, como el escritor ruso parece haber comprendido a poco de comenzar su experimento: sus sueños no daban cuenta de acontecimientos a producirse, sino que esos acontecimientos le recordaban a sus sueños; que soñara que comía muestras de suelos y tres días después viese en la televisión francesa un documental sobre la ciencia que los estudia (que le recordó el sueño que había tenido) no ratifica el carácter anticipatorio de su actividad onírica, sino más bien el entusiasmo y el interés con que se volcó en su proyecto, así como la enorme inventiva de los productores televisivos franceses de la época. La idea de que el tiempo sería reversible interesó a Nabokov a lo largo de toda su vida y ocupa un papel destacado en su autobiografía, al igual que en ¡Mira los arlequines!, su última novela; pero sus sueños de 1964 no sirvieron para ratificarla y el autor de Ada o el ardor acabó perdiendo el interés en todo el asunto: algunos de ellos son espléndidos relatos nabokovianos poblados por mujeres misteriosas y padres, y repletos de impedimentos; pero son poco relevantes en comparación con los de sus personajes, siempre completamente lúcidos incluso aunque se encuentren en la mayor de las oscuridades.
Nabokov ante la mayor de las oscuridades
También Humbert Humbert es asediado por sueños, que expresan una culpabilidad silenciada durante el día. Lolita es una novela acerca de la cual todos parecen tener una opinión, incluso, o en mayor medida, si no la han leído. La novela (“extraordinaria, terrorífica, insuperable”, en palabras de Paul B. Preciado) regresa a las librerías como parte de la celebración del medio siglo de existencia de la editorial española Anagrama y lo hace en la traducción de Francesc Roca y con una portada de la artista surcoreana Henn Kim; en ella, la “nínfula” se refugia en una posición fetal al tiempo que es atravesada por un objeto metálico. A pesar de ello, ¿es Lolita realmente una víctima, como su portada parece pretender que creamos? Nabokov se cuidó mucho de ser explícito al respecto, y en su narrador, como se sabe, no se puede confiar; pero parece evidente que buena parte del influjo disruptivo y provocador que su novela sigue ejerciendo en el lector se basa en una ambigüedad que la nueva edición traiciona desde su portada. ¿Vivimos en un momento en el que todo debe ser explicado y la ambigüedad tiene que ser evitada? ¿Necesitamos juzgar a los personajes de la literatura con la moralidad con la que juzgamos actos similares realizados por las personas fuera de ella y atribuir la moralidad de los personajes a su autor?
Nabokov ante la mayor de las oscuridades
Muy posiblemente Nabokov hubiese arrojado una mirada escéptica sobre estas cuestiones, al igual que sobre Un revólver para salir de noche, la nueva novela de la escritora y traductora checa Monika Zgustova, en la que ésta narra la historia de la relación de Nabokov con su esposa y colaboradora para poner de manifiesto que Vera Nabokov fue mucho más que una musa, en ocasiones en su perjuicio; lo hace correctamente, pero también con una falta de sofisticación narrativa que hace añorar la del autor de Pálido fuego: la mayor de las oscuridades es la supuesta lucidez de nuestro presente.
Sueños de un insomne. Vladimir Nabokov. Traducción de Valerie Miles y Aurelio Major. WunderKammer, 2019. 216 páginas. 18,75 euros.
Lolita. Vladimir Nabokov. Traducción de Francesc Roca. Anagrama, 2019. 392 páginas. 11,90 euros.
Un revólver para salir de noche. Monika Zgustova. Galaxia Gutenberg, 2019. 152 páginas. 16,90 euros

viernes, 10 de enero de 2020

PAÍS de los PREJUICIOS



La semana pasada leí un artículo que escribieron sobre el escritor peruano "Enrique Verástegui"  que se le adjudica  su falta de popularidad o reconocimiento cultural  por la simple razón,  que el escritor es “negro”...


Lo que pasa es que aquí estamos en un país recontra racista y eso ya sirve para victimizar a quien sea. Verástegui fue siempre conocido en el medio cultural  y comentado por muchos intelectuales.  Ahora que si  usted esperaba que a Verástegui lo invitaran a un canal de tv como si fuera una estrella de cine o salga en la portada de una revista farandulera, entonces quizás usted ve mucha tv de USA.  Que el Perú es profundamente racista eso es algo completamente indiscutible y quizás sea el más racista de todo Sudamérica.  Verastegui siempre fue conocido,  pero no era de la farándula. (tema que mucha gente confunde) Incluso fue y es considerado por muchos como si fuera Dios , y que era visto como el mejor poeta de todos los poetas, eso lo interpreto de la siguiente manera.
En el Perú casi no existen los intelectuales, y cuando aparece uno, se le puede atribuir grados trascendentales de lo que sea. Que fue poeta, bueno… era un poeta como Eguren y demás. Lo que pasa es que en el Perú todos dicen que escribe poemas, “dicen…”, en realidad casi no hay poetas (o muy pocos). La gente en el fondo se sienten muy solos y buscan un club social.  Entonces por esa regla de tres, cuando aparece un poeta de verdad y coincide que ese sujeto desea hacerse “público”, (famoso) luego lo que  ocurre es una especie de lo que yo llamo FFI (fenómeno fuerza, impacto)  por ello son muchos los que ponen las guirnaldas de coloridos y dulces aromas al vate.   Ahora decir que sea el más grande de la historia de la literatura peruana,e incluso, un iluminado eso es otro tema. Él era poeta y además  intelectual, eso es todo. Tema cerrado.  
En el mismo artículo también hacen referencia con sutiles elogios a los que radiquen en barrios populares o como dicen “barrio-fino”, en cerrito, o porque mi casita es más feita mi trabajo literario es mejorcito. Te dicen: “yo soy de la raíz del Perú” (tema totalmente discutible)  Eso no solo revela un sentimiento de "complejo" por no decir otra cosa…  
Que el contorno  social es parte de tu mente, no es descabellado ese postulado sin embargo,  cuando hablamos de "poetas de verdad", el tema es más complejo. Por eso quien anda con exceso de entusiasmo  cae en la “especulación”. Por su puesto que debajo del artículo uno puede opinar pero yo casi nunca he caído en el juego de hacer polvareda con personas de las que reconocen sentirse vivos o destacarse, o simplemente; llamar la atención Solo lo logran cuando están en conflictos con alguien.  Como dicen hacer chongo para tener pantalla. Así que invasivo no soy,  y mucho menos "seguir el juego" a los enviados o los que buscan popularidad por medio de la desvergüenza.  Por otro lado, sobre la teoría del cerrito o el “barrio fino”, ya me gustaría contactarme con unos jóvenes que escriben poemas y que radica en las casuarinas. O el señor de la planicie,  o la distinguida sra que radica en el golf de san isidro.  Se imaginan una antología y hacer una especializada elección de alto nivel literario. Incluso buscaría a un crítico para que me ayude con el tema de la selección. Si mal no recuerdo, ellos ya tienen libros publicados en el extranjero. Pero el Perú es el país de los prejuicios, yo ya sé que me responderían todos, incluido el crítico que vive en Miraflores. Jajajaja como se rasgarían las vestiduras,  algunos.  Por eso, lo más saludable en mi vida es dedicarme a avanzar mis manuscritos  al fin y al cabo los lúcidos no van por la vida  pensando de que cerrito vienes,  para juzgarte.  


Enrico Diaz



Miren estos enlacen y comprenderán la altísima aceptación por la critica cultural de su tiempo. 

(1)  https://es.wikipedia.org/wiki/Enrique_Ver%C3%A1stegui

(2) https://www.3i.com.pe/verastegui/indice.htm


viernes, 13 de diciembre de 2019

Contra Todos.






Escribir contra el signo


Mario Montalbetti
Quisiera comenzar con un par de ideas bastante generalizadas para poder construir sobre ellas otras que no lo están tanto.
La primera es la idea de que los géneros prevalecientes en una sociedad indican algo sobre la forma en la que dicha sociedad piensa sus relaciones con la realidad y consigo misma. Los griegos pre-socráticos, por ejemplo, favorecieron la tragedia, los chinos de la dinastía Tang las cuartetas (partidas o enteras), los occidentales modernos la novela.
Pero ya no somos occidentales modernos. De hecho, ya no somos ni occidentales ni modernos. Y si bien empleamos con cierta liberalidad términos como post-modernos o post-occidentales lo hacemos asumiendo que el post– indica más el fin de un periplo que el comienzo de otro. Nuestras incertidumbres son reales. Si acaso estamos embarcados en un nuevo viaje, de él no conocemos casi nada, apenas sus precarias naves (los iPods, iPads, iPhones…), una cartografía dudosa (los power-points…), sus inestables hojas de ruta (el relativismo cultural, lo pluri-multi-inter-cuasi disciplinario…) y a su poco elegante capitán (el capitalismo salvaje).
Pero tenemos algunas claves.
La nuestra es una época en la que los productos culturales tradicionales han cedido relevancia ante otros: la novela ha cedido ante el periodismo, la pintura ante la fotografía (y ésta, a su vez, ante la publicidad), el cine ante la televisión, la arquitectura ante el diseño —y si empujamos un poco más todo esto, la filosofía ha cedido ante la auto-ayuda y la crítica cultural ante el turismo—. Por ceder relevancia entiendo aquí dos cosas: perder importancia como forma de pensar nuestra relación con el mundo, pero también perder favor ante el sistema.
En verdad, lo que ha perdido relevancia es la idea misma de pensarnos —de examinar nuestras vidas, de mostrar una cierta curiosidad por nuestro entorno natural y cultural—. Lo que está siendo favorecido por el sistema no es pensarnos sino entretenernos —y las formas culturales de moda hoy en día siguen ese camino admirablemente—.
No quiero dar a entender que las formas tradicionales ya no existen; están ahí, pero o se han transformado en otra cosa o han sido empujadas hacia la periferia. Hay novelas pero éstas ya no piensan ni sirven para pensar, se han vuelto una forma de periodismo; es decir, se han convertido en algo menos meditativo y más bio-degradable, en algo que puede reemplazarse con frecuencia y que, crucialmente, tiene un alto valor de circulación. La clave de todo esto está en preguntarse cuántas novelas contemporáneas re-leemos. Replanteando la admirable tesis sentimental de Tite Curet Alonso que Héctor Lavoe se encargó de diseminar, tu amor ya no es un periódico de ayer sino una novela de Alfaguara.
Lo mismo ocurre con las demás expresiones culturales señaladas: hay cine pero preferimos las series televisivas (y cuanto más americanas mejor); hay arquitectura pero se reduce a formas superficiales de impacto visual, dejando de lado, por ejemplo, la noción de habitación; hay pintura pero la inmediatez comunicativa de la imagen fotográfica parece acomodarnos mejor; hay filosofía pero preferimos la gratificación inmediata de los seis consejos para volvernos budistas en 24 horas.
Como casi siempre, hay excepciones pero repito, éstas son marginales.
Ahora bien, lo curioso de todo esto es que la novela sigue cargando consigo una serie de bienes adquiridos en la modernidad que hoy en día resultan difíciles de justificar. Me refiero a que —y ésta es la segunda idea generalizada que quería plantear— la novela sigue siendo considerada como un objeto serio. La novela como género trae consigo una cierta seriedad. Y esta seriedad es tomada, al mismo tiempo, como la ineludible señal de que ante una novela estamos ante un objeto ético.
La idea de que novela y ética van de la mano se deduce de la suposición de que, por lo general, en una novela pasan cosas, hay historias que se cuentan, los personajes suelen tener algún tipo de espesor psicológico y se ven involucrados en situaciones que demandan ponderar opciones, sopesar amores, cancelar viajes, etc. Es en este sentido que las novelas terminan siendo objetos serios, objetos que (muchas veces, a pesar de ellas mismas) dicen cosas importantes sobre nosotros y nuestra relación con el mundo.
Noten, para ir entrando en materia, que nada semejante se supone del poema. Al contrario, si algo se supone del poema es que, en el mejor de los casos es un ornamento grato y divertido, y en el peor un objeto irracional y poco confiable. Pero ética no es algo que estemos dispuestos a concederle a un poema —ni siquiera cuando Wallace Stevens escribe que no es la razón lo que te hace feliz o infeliz ni cuando el pez de José Emilio Pacheco se pregunta de los humanos si no somos carnada de un poderoso anzuelo inexplicable—. Decimos “qué bonito” pero nunca “qué éticamente correcto es ese verso”.
De la novela como objeto serio también se sigue esta otra extraña consecuencia: que si las novelas son objetos serios entonces también lo son por extensión los novelistas. Eso es lo que explica que, en mi país al menos, cada vez que ocurre un suceso de cierta importancia, los diarios corren hacia los novelistas para recoger sus opiniones. Jamás a los poetas. Es impensable que ante una matanza, o ante groseros actos de corrupción, o ante debates sobre la cosa pública, el Estado o los medios, soliciten la opinión de un poeta. No lo hicieron con Blanca Varela ni con Antonio Cisneros. Tampoco lo hacen ahora con Carlos Germán Belli o Rodolfo Hinostroza.
Ahí donde la novela es tomada por artefacto ético que representa un saber útil para la sociedad, el poema no es ni lo uno ni lo otro.
Frente a las formas tradicionales que he mencionado (la novela, la pintura, el cine, la arquitectura) la poesía corre por un carril distinto. Pero, por esto mismo, la poesía no ha cedido ante nada —aún—. Desde Safo hasta nosotros, la poesía ha insistido en lo mismo, y no ha desistido en su forma de pensarnos: en su carácter esencialmente no-serio. Hablemos de la poesía entonces.
¿Qué hay en el poema que lo hace un objeto no-serio? ¿Qué excluye al poema de la seriedad, o lo que es lo mismo, de la serialidad, de la serie? Porque ser serio es ser parte de una serie, ser parte de una continuación esperada. Ser serio es ser 5 después de 4, es ser q después de p; ser serio es tener un lugar respecto de lo que vino antes.
Eso es lo que significa ser serio, tener un lugar en la serie, en una serie determinada de antemano.
El poema, por el contrario, es un objeto literalmente fuera-de-serie. Y este carácter des-seriado es exactamente lo que lo excluye de cualquier consideración ética. Y, por extensión, excluye a cualquier poeta de la serie seria. ¿No es exactamente ésta la razón por la que un poeta no puede ser el presidente de ninguna comisión investigadora ni es requerido por el Estado o los medios para comentar sobre sucesos de importancia —porque es un sujeto inesperado, porque no sabemos por dónde le va a dar o qué va a hacer—? No importa que psicológicamente sea un ser razonable y mesurado, basta que escriba poemas para desconfiar de él, de la misma manera en que basta que un novelista escriba novelas para suponerlo un tipo serio.
[¡Por esto mismo resulta tan extraordinario que los dos últimos ministros de defensa del Ecuador, Javier Ponce y María Fernanda Espinosa, sean poetas!]
Quiero hablar de esto entonces. Y quiero defender esta no-seriedad del poema. Pero quiero ser más específico porque no es el poema el objeto no-serio (aunque inevitablemente así lo parecerá) sino más bien el objeto no-serio es el verso. Pero como los versos suelen venir empaquetados en poemas, entonces heredan éstos (y sus autores) las perversiones del verso. Quiero defender esta no-seriedad desde dos flancos. Primero, quiero hablar del carácter esencialmente aberrante del significante poético. Para ello reuniré ideas de Freud, Saussure y Lacan. Soy un lingüista y me debo a mi tradición. Luego, quiero criticar la noción de unidad y para hacerlo regresaré a la naturaleza de la brecha que se abre entre verso y poema por un lado y entre poema y novela por otro.
En 1905, Sigmund Freud publicó en Viena sus 3 Ensayos sobre teoría sexual. Al año siguiente y no muy lejos de ahí, en Ginebra, Ferdinand de Saussure inauguró el primero de sus 3 Cursos de lingüística general. Estos 3 Ensayos y estos 3 Cursos, aportes decisivos en teoría psicoanalítica y teoría lingüística respectivamente, se dieron la espalda por casi cincuenta años hasta que un tal Jacques Lacan logró explicarnos sus relaciones. De hecho, una forma de entender la contribución de Lacan a la teoría lingüística es considerarla una homologación del Saussure de los 3 Cursos al Freud de los 3 Ensayos.
En las primeras páginas de 3 Ensayos Freud propone que “tanto respecto al objeto como al fin [de la pulsión sexual] existen múltiples desviaciones” (Tres ensayos, Alianza, Madrid 2006 p.10). Estas desviaciones deben entenderse contra el telón de fondo de un “saber vulgar” que establece que el objeto de la pulsión en el hombre es la mujer y en la mujer el hombre; y que el fin de dicha pulsión es el coito. En otras palabras, lo serio con la pulsión sexual es que el hombre tenga a la mujer como objeto de dicha pulsión y la mujer al hombre. El fin serio de la pulsión es la relación sexual, el coito. Todo el resto, el saber vulgar lo considera aberración o desviación. Como el propio Freud advierte, este saber vulgar proviene de la idea platónica “de la división del ser humano en dos mitades —hombre y mujer— que tienden a reunirse en el amor” (Tres ensayos p.10). Esta es la tesis que Platón expresara tan elocuentemente a través de Aristófanes en el Banquete (193), luego de que éste superara un ataque de hipo, como ‘el anhelo y pretensión del todo se llama amor’, en la admirable versión de Frederick Rolfe.
Pero, como he mencionado, Freud habla también de desviaciones, es decir, de formas pulsionales “no serias”. La mejor forma de entender las ‘desviaciones’ es asumiendo que “ningún dato natural liga la pulsión al objeto” como lo explica Masotta (Lecciones de introducción al psicoanálisis, Editorial Gedisa, Barcelona 2006, p.25); ni la pulsión a su fin, podemos añadir. El primer capítulo de 3 Ensayos trata sobre aberraciones sexuales.
En sus 3 Cursos, Saussure no habla de una pulsión sexual pero sí de una pulsión de langue (una pulsión de lengua) en los seres humanos. Dice Saussure, “no es el lenguaje hablado el natural al hombre sino la facultad de constituir una lengua” (Curso, Ed. Losada, Buenos Aires 1945, p.53). Pero, a diferencia de Freud, Saussure no se interesó en las desviaciones sino en enfatizar el saber vulgar platónico. Así, estableció que el objeto de la pulsión de langue para un Significante era el Significado y para un Significado el Significante —como si ambos fueran macho y hembra buscando el todo—. Y no vio Saussure otro fin de la pulsión que el signo. El amor del signo reúne dos mitades que Saussure entendía como complementarias. Para Saussure entonces, el anhelo y la pretensión del todo se llama Signo (de donde su deducción fatal de que “la langue es un sistema de signos”). Su único gesto radical fue establecer una cierta labilidad en el objeto de la pulsión: “el lazo que une el significante al significado es arbitrario” (Curso p.130). Cuando Saussure explica este concepto indica que el significante “no guarda en la realidad ningún lazo natural” con el significado (Curso p.131) —formulación de la que parece hacer eco Masotta en su elucidación freudiana citada—.
Es aquí que Lacan hace que la tesis saussureana de la arbitrariedad sea tomada en su dirección más radical, es decir, entendiéndola como una indeterminación tanto del objeto cuanto del fin de la pulsión de langue. El resultado es la teoría de la metáfora y de la metonimia como las dos operaciones fundamentales del lenguaje como estructura, que, como sabemos, organizan el inconsciente humano. Entonces, ahí donde la “normalidad” de la pulsión de langue hace que un Significante busque a un Significado, y viceversa, para formar un Signo (entendido como fin único de la pulsión), Lacan acoge las posibles “desviaciones” que la arbitrariedad (es decir, que la no determinación, o no motivación, natural) permite. De ahora en adelante, metáfora y metonimia deben ser vistas entonces como las dos principales “aberraciones” de la pulsión lingüística.
En la metonimia, un Significante (S) no encuentra el objeto de la pulsión en un significado (s) sino en otro Significante (S’), una suerte de homosexualidad en el terreno de la langue. En efecto, el fin de la metonimia no es el Signo sino el desplazamiento. Por así decirlo, no hay coito, ni su fruto natural, el Signo. Al contrario, la metonimia posterga la unión de Significante y significado en el Signo —y su carácter definitorio es precisamente este no-querer-ser-Signo—. Como sabemos, el deseo más extremo de la metonimia se materializa en otra aberración Significante estudiada por Baudrillard, en la precesión de Significantes en el simulacro, donde el fin de la pulsión es ahora la seducción. Pero la metonimia lacaniana siempre se desplaza sobre el riel de la significación; es decir, siempre supone “un significado debajo” que termina estabilizándola y luego fosilizándola en un Signo. Sin duda, ejemplos extremos de la postergación metonímica como el discurso religioso (cualquier versión del “No hay mal que por bien no venga” o la espera de un Mesías, son buenos ejemplos de esto) se acercan al simulacro, si no fuera por esa fe en la existencia de un significado final—que los distinguen de él—.
Si en la metonimia un Significante (S) se relaciona con otro (S’) desplazándolo, es decir, formando cadena (S—S’) en la metáfora, un Significante (S) toma el lugar de otro (S’), reprimiéndolo (S/S’). Este “tomar el lugar de” otro Significante apunta igualmente al hecho de no-querer-formar-Signo. Lo que comúnmente llamamos representación (siguiendo a los estoicos como “algo que toma el lugar de otra cosa”) se moldea en base a la estructura represiva de toda metáfora, especialmente aquella representación que, en otro contexto, he denominado representación abierta.
En efecto, cuando decimos “no hay humo sin fuego” lo que queremos decir es que hay humo y no hay fuego. En otras palabras, es justamente cuando hay humo que no debe haber fuego para que el humo sea signo de fuego. Similarmente, no hay tonto sin suerte.
Me explico. Si un representante (R) puede tomar el lugar de otra cosa (x) es porque esa otra cosa ha dejado su lugar al representante. Decir, en el caso de una obra de arte, que ésta representa algo que la trasciende tiene sentido solamente si aquello a lo que dicha obra de arte apunta está permanente ausente. En otras palabras, no hay intercambio posible entre la obra de arte y aquello a lo que apunta; en todo caso, no hay intercambio sin resto. Es imposible decir de un objeto de arte que representa x y a continuación ofrecer efectivamente x. Si fuera posible, tal objeto perdería su impronta estética.
Pero si esto es así, entonces está en la naturaleza de la representación estética no formar signo y esto porque el representante nunca va a dar en el blanco de lo representado, nunca lo podrá hacer “su significado”. Si una obra de arte es representacional (es decir, siguiendo una vez más a los estoicos, si está en lugar de otra cosa, si apunta hacia algún lugar distinto de sí misma) entonces la obra arte y lo apuntado por ella se repelen como imanes de polos similares. Pero, la aversión entre representante y representado, la tensión entre la obra de arte y aquello a lo que apunta, es justamente lo más valioso que ella posee. Llamemos a dicha tensión el sentido de una obra de arte, el sentido de un poema.
Dejo de lado la dudosa posibilidad de obras de arte no representacionales; dudosa porque, precisamente, la noción de “obra de arte” es institucional y como tal presupone una sanción oficial que no puede ser inmanente.
El sentido es entonces una dirección; una dirección de aversión, de evitamiento, pero una dirección de cualquier manera. En su Seminario XX (Aún), Lacan sugería que “el sentido indica la dirección de su propia falla”. En efecto, el sentido es la dirección hacia la imposible resolución de un objeto de arte en un signo. El sentido falla (fallece) solamente si se hace signo, si encuentra su media naranja, si exhibimos torpemente algo como “esto es lo que un poema significa”.
Cuando digo entonces que Lacan homologa los 3 Cursos de Saussure a los 3 Ensayos de Freud lo que quiero decir es que abre un campo teórico en los estudios del lenguaje que permite entender operaciones otras que las dictaminadas por el saber platónico respecto de la pulsión de langue.
Y todo esto apunta, a su vez, a la vitalidad de cierta resistencia a formar Signo, entendiendo Signo como el fin natural de la pulsión de langue. El Signo destruye el sentido para fosilizar la significación; es decir, domestica una cadena de significantes atribuyéndoles la seguridad de un significado.
Así visto, no hay mejor, ni más bello, ejemplo de la pulsión de muerte que el Signo.
Regreso con esto al tema inicial. El poema es (o en todo caso el poema que me interesa es) una aberración Significante en el sentido que acabo de esbozar.
Puedo definir poema entonces como la resistencia a hacer Signo.
Por supuesto, hay muchas formas de no hacer Signo.
¿Cómo se logra esto? Hay dos maneras conocidas de entender la arbitrariedad lingüística. La primera es la establecida por Saussure al señalar que el significante no guarda ningún lazo natural con el significado. La segunda es la arbitrariedad lacaniana por la que el objeto de la pulsión de langue de un Significante puede ser tanto otro Significante cuanto un significado. Esto, a su vez, da lugar a la habilidad de detener arbitrariamente una cadena significante para generar un significado. Pero hay una tercera arbitrariedad posible, dadas las dos anteriores, que es la arbitrariedad de la significación misma.
Así como (desde Brunelleschi) la línea del horizonte es una contribución del Sujeto a la cuestión del ver, así también la línea que separa y conecta Significante y significado es una contribución del Sujeto a la cuestión del significar. Al calificarlas de contribuciones quiero dar a entender que ambas líneas no están ahí afuera sino que son aportes cognitivos del ser humano cada vez que participa en cada uno de estos campos respectivamente. Puesto en términos más sencillos: dada una marca significante (una palabra, un grupo de palabras, un verso, una estrofa, un párrafo, lo que sea) es una contribución nuestra el determinar qué tanto de lo que escuchamos es sonido y qué tanto estamos dispuestos a conceder (o a elaborar) como significado. En otras palabras, los textos que consideramos obras de arte, no vienen con línea del horizonte ni con barra de significación.
Un par de ejemplos.
Cuando Vallejo comienza Trilce IX diciendo “Vusco volvvver de golpe el golpe” escribe “vusco” con “v-de-vaca” y “volver” con cuatro “v” (una al inicio y tres al medio). La trampa inmediata que nos tiende Vallejo es refugiarnos en que la palabra “golpe” sí está bien escrita. Por extensión, si mentalmente corrijo “Vusco” (con v-de-vaca) y escribo “Busco” (“como debe ser”, es decir, con b-de-burro) lo que estoy persiguiendo es la forma que corresponde a un significado conocido. Nuevamente aparece la voluntad de hacer Signo. Pero eso supone que la palabra “golpe” está bien porque yo sí sé qué es un golpe. Pero en lugar de refugiarnos en la buena ortografía de “golpe” para corregir “Vusco” deberíamos refugiarnos en la peculiaridad de “Vusco” para desestabilizar “golpe”. En todo caso, lo que parece plantearse en Trilce IX es que la corrección ortográfica —y por extensión cualquier otra— puede caer sobre cualquier término y no solamente sobre aquellos que nos garantizan la seguridad del significado.
Lo que estoy sugiriendo aquí es una arbitrariedad más radical que la original saussureana y distinta de la propuesta por Lacan. Lo que propongo es que si conferimos sobre un texto el predicado “poema” entonces debemos conceder al mismo tiempo que ese texto viene sin barra de significación; es decir, sin distinción entre Significante y significado. Y que el predicado “poema” se hace efectivo cuando nosotros le imponemos una distinción con la que no viene. El “poema” se materializa como tal, entonces, no en el significado arbitrario que le demos sino en el hecho mismo de que se lo demos.
Esto es posible (y a mi juicio, también necesario) porque el poema al resistirse a hacer Signo viene sin significado, pero no sin sentido. Repito, el sentido no es sino una dirección en la que parece moverse una cadena significante de tal manera que podemos hablar en efecto de significantes que forman cadena y no de un simple manojo de significantes esparcidos en una página.
He dicho que hay varias maneras de no hacer Signo. Éste es mi segundo ejemplo entonces.
Hace un par de años, comiendo en Lima con Inti García Santamaría, me hizo saber de la existencia de algo de lo que yo desconocía por completo, el canto cardenche. Me puse a revisar por Internet todo lo que podía encontrar y bajé —no sé cuán legal o ilegalmente— una serie de canciones. Decir que “me conmovieron en el alma” sería ceder al lugar común que describe que dichas canciones, en efecto, me conmovieron en el alma. Pero no me resultaba claro por qué. Escuchaba, por ejemplo, el entrelazamiento de las tres voces (primera, arrastre y contralto) al inicio de “Chaparrita, por tu culpa” y no lograba dar con los mecanismos que generaban ese efecto conmovedor. Como saben, el comienzo es:
​Chaparrita, por tu culpa
​yo me paseo;
​y hace muchísimo tiempo
​que ni siquiera de te veo.
Y no está ahí lo que me conmueve y al mismo tiempo sí lo está. Lo que está es lo esperable en composiciones de arte menor, su estructura estrófica y una letra más bien banal, me disculparán. Bueno, caballero, perdió a su chaparrita; ya, olvídese de ella ¿no? —que es tan tonto como preguntarse por qué Vallejo no sabe que hay golpes en la vida muy fuertes—. Y ¿entonces? Entonces, afortunadamente, “Chaparrita, por tu culpa” no puede canjearse por un significado. El asunto, sospecho, anda por otro lado. Es precisamente el entrecruzamiento de las tres voces el que apuntala todo el lado continuo de la canción. Aquí, me presto ideas de Henri Meschonnic. Lo que toda teoría del Signo busca es la lectura de la discontinuidad del lenguaje, dejando de lado todo su lado continuo: el ritmo, la prosodia, su sentido (entendido como dirección). Si la canción cardenche en cuestión apunta hacia algún lugar, no lo hace con sus Signos, con sus canjes entre Significante y significado. Más bien, apunta con limpieza continua hacia una forma de no hacer Signo. Y es ahí que nos coge desprevenidos e intrigados.
Pero no hacer Signo es peligroso. Es indeseable. Justamente, ese depositario de la confianza sígnica que se llama Wikipedia nos recuerda por qué en la entrada para Canto cardenche:
En su zona [el canto cardenche] es conocido también como canto de basurero o «canciones de basura», de borrachitos, laboreñas o de cerca, dado que es costumbre de los campesinos improvisar estas canciones al término de su jornada laboral acompañado de la bebida alcohólica local, llamada sotol y a quienes ellos se refieren como «la pastillita» pues la beben antes de cantar argumentando que les abre la garganta.
Un canto de borrachitos, entonces. Como el de todo poeta. Cuán distinto es el relato serio del novelista, ahora convertido en miembro pleno de nuestra sociedad.
Recordemos la vieja disputa sobre la diferencia entre un texto poético y un texto en prosa, entre un poema y una novela. Se han tratado varias estratagemas para resolver la cuestión, desde la disposición gráfica, la diferente puesta en página (cortando las líneas que devienen versos en el caso de los poemas), hasta la idea de contar una historia. Ninguna resuelve propiamente la cuestión. Yo propongo una muy simple que puede formularse de la siguiente manera: en un poema las partes siempre son más que el todo. En una novela el todo siempre es más que las partes. Este no es el momento para argüir minuciosamente la tesis, pero la coloco como telón de fondo para poder decir lo que sigue.
Desde su origen una diferencia esencial atraviesa al poema en dos: la diferencia entre las relaciones que las palabras guardan entre sí al interior de un verso y las relaciones que los versos guardan entre sí al interior de un poema. Ambas relaciones son de naturaleza muy distinta y todo poeta lo sabe. Las primeras son horizontales, las segundas verticales. De cierto modo, la diferencia refleja aquella otra que existe entre la transmisión de información al interior de una neurona (relaciones eléctricas) y la transmisión de información entre neuronas (relaciones químicas). Al interior del verso las relaciones son eléctricas, son menos anticipables, menos predecibles. Entre versos, la fuerza de aquello que llamamos “la construcción de un poema” cobra un peso gravitacional enorme y dirige los versos hacia la consecución de cierto significado, hacia una cierta unidad. Las relaciones horizontales al interior de un verso son más explorativas, más aventureras, abren caminos inusitados. Las relaciones entre versos se parecen a esos perros pastores que corren alrededor del rebaño para que las ovejas no se escapen. Es claro entonces que las relaciones son distintas, sirven propósitos distintos, están ahí para hacer cosas distintas.
De paso, la belleza del haiku se establece crucialmente en la tensión que existe dentro de un mismo poema entre tres líneas de 5-7-5 y ¡una sola de 17!
Para decirlo de una vez: el poema cree en la unidad, en el todo, en un cuerpo entero, integrado, completo —por más que hablemos de poemas abiertos y por más que pensemos que los poemas no terminan nunca, etc—. El poema trata de hacer-uno con los versos que somete a su título. Por otro lado, los versos aborrecen la unidad, son esencialmente autónomos, independientes y no responden muy bien al acoso de los perros pastores. Al contrario, se rebelan constantemente contra ellos. En términos psicoanalíticos uno podría decir que al verso el espejo no le devuelve nada.
Esto puede sonar extraño ya que los llamados “grandes poemas” parecen imponentes construcciones totalizantes: el soneto XXIII de Garcilaso, el canto XXV del Infierno, la extraña VI elegía de Duino; pero lo que quiero conjeturar aquí es que lo son a pesar del poema y no gracias a él, que la viada poética no reside en la unidad del poema sino en su no-unidad, en su carácter roto, de falta, de falla, de energía no domesticada. En una palabra, en su sentido.
Los versos que entendemos completamente nos decepcionan. Son como los afiches empresariales de motivación en los que aparece la foto de una embarcación con ocho remeros y abajo el significante “Trabajo en equipo”. Los versos, que el poema somete para hacerlos expresar un contenido unitario, se rebelan. Los versos que apreciamos, los versos con los que nos deleitamos, aquellos con los que a fin de cuentas nos quedamos, contienen siempre un resto indomesticado. Y no porque se trate de versos magníficamente metafísicos. Yo mantengo conmigo, por ejemplo, un verso de Alberto Blanco; lo tengo en mi cabeza desde hace tanto tiempo que estoy seguro de que ya lo he cambiado y no coincide con el original. No importa, éste es el verso: no hay mejor aliado antes de una batalla que una piedra dispuesta a todo. Esa piedra, la imagen de esa piedra, la viada virtual de esa piedra, el sentido de esa piedra, me viene acompañando hace mucho porque en verdad a esa piedra la entiendo a medias. Y es por ello mismo que ese verso (o las ruinas de ese verso tal como existen ahora en mi cerebro) se mantiene vivo, reacio a la servidumbre de un significado impuesto de afuera.
Recordemos que una de las grandes fuerzas verticales, unificadoras, al servicio de la unidad del poema en muchas lenguas occidentales, la rima, fue objeto de burla entre los griegos. En el Alcestes de Eurípides hay un pasaje en el que Heracles borracho se cuestiona si ha sido un buen huésped o no y la forma que Eurípides tiene para indicar que Heracles está borracho (y que era una fórmula codificada en el verso griego clásico) era hacerlo hablar en versos rimados (si tienen curiosidad consulten los versos 783-785). Porque para los griegos, como debió serlo para los españoles o los ingleses, pero no lo fue por otras razones, la rima era un truco demasiado fácil al que se recurre solamente para indicar una patente debilidad cognitiva. Personalmente, me gusta esta idea.
Cuando era niño recuerdo haber visto en las pantallas de la televisión peruana, en blanco y negro, a un recitador argentino que terminó su actuación con los siguientes dos versos memorables: “y el gato pasó por allí / comiendo crema chantilly”. El horror de la rima quedó grabado en mí para siempre desde entonces —y me dio mucho gusto cuando me enteré que los griegos me comprendían desde hacía siglos—.
Lo que encuentro al centro de este ideal de poema es la engañosa e ilusoria noción de unidad, de totalidad cerrada. Pero eso es exactamente lo que también encontramos al centro de la noción de estado-nación. Y eso es también exactamente lo que encontramos al centro de la noción de lengua, de la misma lengua. Tal vez por esto es que estas tres categorías (la de estado-nación, la de lengua y la de poema) suelen ir de la mano. Creemos que el castellano (o el quechua o el inglés o el swahili) son como estados-naciones, totalidades con límites precisos, identificables, geométricos y cerrados. Bueno, al menos las lenguas no son así. Lo que llamamos “castellano” no es sino una generalización tan arbitraria como útil para designar, entre otras cosas, esto que estoy hablando en este momento y eso que en su momento mi hijo Eliseo también hablaba a punta de “moridos” y “escribidos” y “trajidos”. Sin embargo, ahí están las Academias de la Lengua listas para preservar lo que llaman “la unidad de la lengua” cuando no su esplendor. Mi hijo no habla castellano, dicen, lo está aprendiendo. Pero, felizmente, a la misma edad mi hijo ya me explicaba que si la fórmula del agua era “H20”, la del, la del agua bendita debía ser “HDios0”. Para la Academia lo que habla un quechua-hablante nativo de Ancash nunca será castellano sino “castellano-andino”, de la misma manera en que lo que habla un nativo de Ciudad Juárez es “castellano de la frontera”. Temo preguntarle a la Academia si lo que yo hablo es castellano o alguna variedad no-oficial y temo sentarme a esperar que me lo digan. Si los neo-budistas aspiran a ser uno con el mundo, las Academias aspiran a que seamos uno con la lengua. Pero si en verdad somos cinco, seis, con el mundo como nos lo enseñó Freud hace más de un siglo, ¿por qué no ser cinco, seis o más con la lengua? Preguntémonos algo que parece inaudito: ¿Por qué es deseable la unidad del castellano? O algo que lo es más aún: ¿Para quién lo es?
Observemos que la búsqueda de la unidad, de la unidad lingüística, política, étnica, poética, siempre está al servicio de quien la impone. Quiero recoger una idea muy fértil del artista conceptual Joseph Kosuth. Dice Kosuth: “arte es lo que haces, cultura es lo que te hacen”. Extrapolando, sin mayor gracia admito, diré que verso es lo que haces, poema es lo que te hacen. Lo que te hacen hacer. Lo que la cultura te hace hacer: construir todos homogéneos,
integrados, cuerpos enteros, imaginarios. Y por si esto ya se está entendiendo de manera equivocada quiero expresar que hacer estos todos imaginarios no está mal. No está ni bien ni mal. Simplemente está. Así son las cosas. Los seres humanos siempre embestiremos con nobleza a la muleta del significado. Pero lo que quisiera recordar es que no es labor del artista hacer cultura sino arte. Ya se encargarán las entidades oficiales, las Academias, los burócratas, de domesticar el arte y volverlo cultura; ya se encargarán de hacer del arte piezas de museo, unidades exhibibles, acompañadas de narraciones que nos tratarán de convencer de que ese arte-hecho-cultura es prueba evidente de que somos uno, algún tipo de uno (político, étnico, familiar, religioso, poético, lo que sea). Pero lo que no señalarán porque no pueden hacerlo, a costa de sus propias vidas simbólicas, es que el arte no se place de resultados totalizantes y unificados, sino de búsquedas a las que siempre les faltará algo, búsquedas (adversus Picasso) sin cosa encontrada, una especie de incesante reacción en contra de la domesticación. Tal vez, lo único que encontramos es la búsqueda misma.
Regreso entonces, para concluir, al poema como objeto no-serio. Tal vez deba decir ahora, tal como lo adelanté, que en verdad es el verso el objeto no-serio, que es la idea de pensar o construir en verso la que desestabiliza a la lengua, al lector, a la ética—y por último al propio poeta. Porque el enigma final y más sorprendente es que casi siempre el poeta está del lado del poema y no del verso. Como buenos sujetos platónicos que somos, aspiramos a un todo que nos haga uno. Tenemos derecho a ello. Pero creo que escribir en contra de esa debilidad imaginaria, escribir contra el signo, constituye la ética del verso actual.