El gran robo a la Biblioteca
Nacional de Perú
Moldeamos nuestras vidas, y luego nuestras
vidas nos moldean a nosotros.
Churchill
Todos
tenemos nuestros demonios, no en vano estamos aquí, con este libre albedrío,
para negociar con nuestras fieras, o para que ellas hagan “negocio de
nosotros”, o para que logremos sobreponernos a todo. ¿Y qué significa
sobreponerse a todo? Es difícil de expresarlo; imagina lo complicado que sería
hacerlo.
Como
casi siempre, las últimas opciones tienen pocas probabilidades de éxito, y
nadie trasciende este estado mundano. Lo más común es encontrarse con amigos
que son como Barrabás, otros que evocan a Kurt Cobain o Henry Miller. Hay
Barrabases por todas partes, dentro y fuera del colegio; es el ciudadano común.
Algunos Cobain después de trabajar se ponen su disfraz de Cobain, otros
Barrabases después de ser exitosos gerentes se quitan su disfraz de Barrabas y
son muy sociables en los clubes, (las máscaras se imponen).
Estableciendo
que lo habitual es emular a Cobain o Baudelaire o Barrabases (el camino fácil),
la vida pone a prueba nuestra resistencia frente a nuestros sutiles intentos de
suicidio: el suicidio del pensamiento, el profundo deseo de olvidarlo todo, o a
todos. Ahí nos encontramos con el libre albedrío con el que vinimos a este
mundo para conquistarnos a nosotros mismos, ese es el tema teórico, pero como
de teorías nadie vive, la realidad es otra: los hechos.
Por
ello, casi nadie triunfa en esta cabalgata, aunque el intento sea tácito; todos
lo perciben. Al final, cada uno es distinto, pero todos terminan como una mala
copia al carbón, dejando un sinsabor, una sutil desilusión que se lleva en lo
más profundo de uno mismo, y que repercute de alguna forma. Estos elementos
fueron los que Alex empezó a experimentar a temprana edad. Con el tiempo, las
experiencias se repiten con ciertos matices, pero de alguna manera revelan un
ciclo con un tono de rigurosidad…
Es como
cuando lees un libro a los 17 años y, después de 10 años, lo vuelves a leer, y
entiendes algo diferente, algo que nunca habías percibido. Es una experiencia
que puede llenarte de “gratitud o de desilusión”. Así que, ten cuidado cuando
te impresione algún joven escritor; quizás dentro de unos años, al leer ese
mismo libro, solo te provoque desarrollar buen humor o un agudo y entusiasta
sentido por el “raje”.
Así
pretendo esclarecer la percepción de Alex: sus confinamientos, sus extravíos,
sus esperanzas y su malsana decisión de entregarse a la bebida. Sin embargo, de
alguna manera, su mentalidad se había vuelto evidentemente lógica. Aunque jamás
se expresaba de forma frívola, empezó a sentirse con la desesperación por
encontrar pocas oportunidades laborales, lo que lo llevó a una sensación de
desesperanza absoluta.
Y en
medio de esta desolación, su fuerza empezó a atraer a su vida a amigos que ya
estaban habituados a sobrevivir sin actividades laborales conocidas, sujetos
que se dedicaban a delinquir. Sin embargo, este camino resultó ser más duro que
cualquier trabajo para Alex.
Adusto,
con un corte de pelo rapado por los costados y una engañosa contextura delgada,
caminaba medio encorvado, pero con una resistencia física tal que, cuando se
ponía a correr después de haber sustraído alguno de esos teléfonos móviles que
solía hurtar, las paredes se volvían árboles y el suelo encementado, se
transformaba en un jardín áspero y blando, en que él se volvía más rápido que
un leopardo.
De
pronto, esas calles se convertían en una selva, y él creía ser algo parecido a
un rey. Pero no lo era. De acuerdo con la fantasía de la “selva de cemento” y
su equivocada “autopercepción como rey”, solo lo conducía a recordar que todo,
todo, quizás sea una obra de teatro. Y en esa obra, siempre hay alguien que
escribe el rol de los personajes, pero él no era ese escritor.
En
medio de esta fantasía dantesca, quizás comenzó con el oficio que provenía de
sus padres: actores callejeros. Gente rudimentaria, pero genuina, de buen
corazón y excelente sentido del humor, sin embargo, de intelecto limitado
debido a la falta de una adecuada formación en valores y principios morales.
Esta escasez, originó desconocer ciertos límites que no se debían traspasar.
Alex cruzó varios límites y terminó rodeado de ciertas amistades, conocidos
como la "gentita fina".
A
pesar de su habitual cautela, le gustaba exteriorizar tintes de poseer otra
esencia (su alter ego), y esa otra esencia lo llevó a rodearse de los amigos
indicados para sus nuevos rumbos: delinquir. Probablemente, esa otra esencia
era su verdadera naturaleza.
Todo
comenzó con pequeños atracos a quioscos, robando mercadería; luego, asaltó
bodegas y, a medida que escalaba, se dio cuenta de que para continuar
necesitaba armas largas, fusiles, etc. Fue entonces cuando se encontró con otra
frustración: la falta de armamento le negaba las posibilidades de seguir en ese
camino.
Un
día, en el bar "Los Martillos" —llamado así porque los dueños eran
los hermanos Martínez, quienes habían pasado dos generaciones al frente de una
cantina legendaria, conocida como anfiteatro de ciertos asesinatos y grandes
tertulias donde se reunían escritores de todas las categorías—, Alex tomó
conciencia de una realidad diversa. En contraste con los actores, los
escritores exhibían una personalidad más reservada.
Aunque
Alex venía de una familia de actores, personas de una timidez inherente que se
transformaban en “volcánicamente extrovertidos” mediante la acción corporal,
los escritores representaban la contraparte. Mientras los actores se destacaban
por su habilidad para expresar emociones de manera enérgica y física, los
escritores recurrían al poder del verbo para manifestar sus sentimientos y
opiniones. Mediante el uso del lenguaje, lanzaban indirectas y traiciones, reflejando
rencillas o frustraciones.
El
cultivo del arte verbal les otorgaba la capacidad de difamar, exagerar e
incluso inventar palabras que solo ellos comprendían, mostrando así una
pretensión evidente. Tenían una lengua destinada para “el raje”, una forma sutil
y compleja de confrontación verbal que contrastaba con la expresividad más
directa de los actores.
Por
otro lado, estaban los músicos, quienes eran insuperables en bohemia,
prolongando las reuniones hasta el amanecer, y más allá. Como si, en el fondo,
hubiera un espíritu suicida que los unía.
Parecía
que coqueteaban con la muerte, mostrando un deseo de que sus historias
terminaran de una vez. Mientras que otros, con cierto sadismo, querían vivir
más, aunque sus vidas fueran un infierno: un infierno con sus mujeres, sus
padres, sus hermanos, o hasta con los vecinos.
Pero
antes de hablar del infierno, deberíamos situarnos primero, especialmente en la
capacidad neuronal propia. La capacidad neuronal no solo se refleja en la
habilidad para solucionar dificultades, sino en la neuroplasticidad: "el
poder de cambiar". En algunos casos, la gente no cambia sus vidas, no
porque no quieran, —sino porque no pueden—. Debido a que esa carencia se debía
a un tema genético, traumatológico o por el consumo de alguna sustancia…
Aunque
Alex se encontraba en el centro de esos pequeños mundos, con sus respectivas
“jefaturas, cuarteles o patrullas”, algo verdaderamente delirante o infantil;
conceptos que, en términos vedánticos, no se alejaban en absoluto de la esencia
|shudra o s͞udra| algo que, para los entendidos, no puede
generar otra cosa que, lástima.
A
pesar de todo, Alex se dio cuenta de que estos mundos no le servirían de mucho
para planear un futuro atraco. Sin embargo, sus pasos lo habían llevado por
malos caminos, el hecho de estar en ese bar reflejaba algo que en esos momentos
no podía definir con claridad. Fue en una de esas visitas al legendario bar
cuando, de forma involuntaria, escuchó una conversación inusual entre un poeta
que siempre iba con corbata y un artesano que también era escultor.
Yo
considero que Alex, al permanecer en ese bar y sentirse atraído por esas
personas, reflejaba en cierta medida un nivel óptimo en su neuroplasticidad.
Esta flexibilidad mental le permitía adaptarse a entornos distintos y encontrar
en ellos un espacio de comodidad, incluso cuando sus amigos de fechorías ya lo
habían abandonado; ellos preferían ir a bares donde había mujeres y música más
actual. En contraste, el bar "Los Martillos" era un lugar donde
simplemente no había música de fondo y rara vez se veía alguna mujer.
Aun
así, Alex había encontrado familiaridad en ese ambiente; cada mesa, con sus
parroquianos, ponía sus teléfonos móviles para acompañarse con música, lo que
en conjunto creaba un ruido ensordecedor. Sin embargo, de alguna forma, este
caos sonoro lo hacía sentir como en su antiguo hogar, cuando sus padres aún
vivían juntos.
A pesar de que todo ese pasado quedó para él como fotografías en blanco y negro, todos los personajes de aquellas escenas eran entusiastas e impulsivos como una película muda llena de gestos y emociones intensas. Sin embargo, la vida de Alex había tomado un giro más oscuro, y ahora las imágenes en su mente se teñían de sombras y tintes de desesperanza.
La
conversación que escuchó en el bar aquella noche despertó algo en su interior.
Hablaban sobre el "Malleus Maleficarum" o "Martillo
de las Brujas". que, según decían, se encontraba la primera edición
guardado en vitrina en la Biblioteca Nacional de Perú. Un obra
valiosa de estudio, tanto histórica como económicamente, que había sobrevivido
a los incendios y saqueos que arrasaron con gran parte del patrimonio cultural
del país en épocas pasadas. Alex, aunque no lo admitiera, siempre había sentido
una atracción por los libros, un vestigio de su infancia, cuando su madre le
leía historias antes de dormir.
Esa
noche, mientras el poeta y el escultor seguían hablando, Alex empezó a trazar
un plan. Si lograba robar ese manuscrito, no solo conseguiría dinero para
escapar de su vida actual, sino que también obtendría un tipo de redención
personal. Una forma de demostrar, aunque fuera solo para él mismo, que aún
quedaba algo en que podía destacarse, el robo.
El
plan era simple en su concepto, pero requería precisión en su ejecución.
Durante las siguientes semanas, Alex observó la Biblioteca Nacional, sus
horarios, y sus pocos guardias, y por medio de la investigación por internet,
se enteró de la existencia de un túnel subterráneo, construido hace décadas,
que conectaba la biblioteca con un edificio cercano de estilo afrancesado con
enormes tallados y alegorías que remitían a un esplendor cultural y
olvidado por la mayoría.
El día
del robo, Alex se adentró en el túnel con una linterna y una mochila vacía.
Mientras avanzaba, el aire se volvía más denso y el silencio era abrumador. Al
llegar a la biblioteca, el túnel desembocaba en una sala de archivos antiguos,
polvorientos y llenos de historias olvidadas. Con manos temblorosas, buscó
entre las estanterías hasta encontrar el manuscrito del que tanto había oído
hablar.
Lo
sostuvo en sus manos, sintiendo el peso de la historia, el olor de esas páginas
y una energía especial que no podía definir y por un momento, dudó.
¿Estaré
haciendo lo correcto? —Se lo dijo en sus adentros.
Sabía
que lo que estaba a punto de hacer era ilegal y moralmente cuestionable, pero
el deseo de escapar de su vida actual era demasiado fuerte. Con el corazón
acelerado, guardó el libro en su mochila y regresó por el túnel.
Al
salir, fue recibido por la oscuridad grisácea de la noche limeña.
Caminó rápidamente hacia su refugio, un pequeño departamento que se encontraba
a dos cuadras de la plaza Italia, donde ya lo esperaban los intermediarios que
le darían el dinero a cambio del manuscrito. Sin embargo, algo en su interior
cambió al entregar el libro. Sentía que había traicionado algo más que las
leyes del hombre; había traicionado la esencia de lo que alguna vez fue su
niñez.
El
dinero en sus manos no le trajo la satisfacción que había imaginado. Era un
papel frío, sin vida, carente de la calidez y profundidad que había sentido al
sostener el manuscrito. En su interior, algo se rompió definitivamente. Se dio
cuenta de que, a pesar de su robo exitoso, había perdido algo mucho más
valioso: su último vestigio de humanidad, su última conexión con su infancia y
los sueños que alguna vez tuvo.
Alex,
con el dinero en su bolsillo y un vacío en su alma, decidió desaparecer. Salió
de Lima y nunca más se supo de él. Algunos dicen que terminó sus días en un
pequeño pueblo, lejos de todo, viviendo en una soledad autoimpuesta,
castigándose por un crimen que iba más allá del robo de un libro. Otros creen
que encontró una forma de redimirse, devolviendo en secreto el manuscrito a la
Biblioteca Nacional, sabiendo que era su único acto de justicia hacia sí mismo
y hacia la memoria de su madre.
Sea
cual fuere la verdad, el nombre de Alex se desvaneció con el tiempo, pero el
manuscrito que robó, ese pedazo de historia, sigue siendo parte de la
Biblioteca Nacional de Perú, un testimonio silencioso de una vida llena de
errores y arrepentimientos, de un hombre que intentó escapar de sus demonios,
solo para darse cuenta de que los llevaba consigo.
Y así, la historia de Alex se convirtió en una más, en esa larga lista de historias perdidas en el tiempo, dejando tras de sí solo un eco de lo que alguna vez fue, un eco que aún resuena en las paredes de la Biblioteca Nacional, recordándonos que la vida, como la historia, es frágil y llena de decisiones que nos marcan para siempre. Siempre.